Día litúrgico: Domingo de Pascua (Misa del día)
Texto del Evangelio (Jn 20,1-9): El primer día de la
semana va María Magdalena de madrugada al sepulcro cuando todavía estaba
oscuro, y ve la piedra quitada del sepulcro. Echa a correr y llega donde Simón
Pedro y donde el otro discípulo a quien Jesús quería y les dice: «Se han
llevado del sepulcro al Señor, y no sabemos dónde le han puesto».
Salieron Pedro y el otro discípulo, y se encaminaron al
sepulcro. Corrían los dos juntos, pero el otro discípulo corrió por delante más
rápido que Pedro, y llegó primero al sepulcro. Se inclinó y vio las vendas en
el suelo; pero no entró. Llega también Simón Pedro siguiéndole, entra en el
sepulcro y ve las vendas en el suelo, y el sudario que cubrió su cabeza, no
junto a las vendas, sino plegado en un lugar aparte. Entonces entró también el
otro discípulo, el que había llegado el primero al sepulcro; vio y creyó, pues
hasta entonces no habían comprendido que según la Escritura Jesús debía resucitar
de entre los muertos.
Comentario: Mons. Joan Enric VIVES i Sicília
Obispo de Urgell (Lleida, España).
«Entró también el otro discípulo, el que había llegado el
primero al sepulcro; vio y creyó»
Hoy «es el día que hizo el Señor», iremos cantando a lo
largo de toda la Pascua. Y es que esta expresión del Salmo 117 inunda la
celebración de la fe cristiana. El Padre ha resucitado a su Hijo Jesucristo, el
Amado, Aquél en quien se complace porque ha amado hasta dar su vida por todos.
Vivamos la Pascua con mucha alegría. Cristo ha resucitado:
celebrémoslo llenos de alegría y de amor. Hoy, Jesucristo ha vencido a la
muerte, al pecado, a la tristeza... y nos ha abierto las puertas de la nueva
vida, la auténtica vida, la que el Espíritu Santo va dándonos por pura gracia.
¡Que nadie esté triste! Cristo es nuestra Paz y nuestro Camino para siempre. Él
hoy «manifiesta plenamente el hombre al mismo hombre y le descubre su altísima
vocación» (Concilio Vaticano II, Gaudium et Spes 22).
El gran signo que hoy nos da el Evangelio es que el
sepulcro de Jesús está vacío. Ya no tenemos que buscar entre los muertos a
Aquel que vive, porque ha resucitado. Y los discípulos, que después le verán Resucitado,
es decir, lo experimentarán vivo en un encuentro de fe maravilloso, captan que
hay un vacío en el lugar de su sepultura. Sepulcro vacío y apariciones serán
las grandes señales para la fe del creyente. El Evangelio dice que «entró
también el otro discípulo, el que había llegado el primero al sepulcro; vio y
creyó» (Jn 20,8). Supo captar por la fe que aquel vacío y, a la vez, aquella
sábana de amortajar y aquel sudario bien doblados eran pequeñas señales del
paso de Dios, de la nueva vida. El amor sabe captar aquello que otros no
captan, y tiene suficiente con pequeños signos. El «discípulo a quien Jesús
quería» (Jn 20,2) se guiaba por el amor que había recibido de Cristo.
“Ver y creer” de los discípulos que han de ser también los
nuestros. Renovemos nuestra fe pascual. Que Cristo sea en todo nuestro Señor.
Dejemos que su Vida vivifique a la nuestra y renovemos la gracia del bautismo
que hemos recibido. Hagámonos apóstoles y discípulos suyos. Guiémonos por el
amor y anunciemos a todo el mundo la felicidad de creer en Jesucristo. Seamos
testigos esperanzados de su Resurrección.
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