Hoy seguimos escuchando la conversación que —de noche—
tuvo aquel maestro judío, Nicodemo, doctor de la Ley, con Jesucristo. Una
conversación íntima y profunda. Nicodemo siente sinceramente la atracción de
Jesús: Él es "algo" nuevo que irrumpe en nuestra historia; sólo
alguien que viniera de parte de Dios podría realizar aquellos milagros.
Nicodemo, como judío convencido, confía la Ley de Moisés.
Sin embargo, como el resto del pueblo de Israel, espera el Mesías-Salvador.
Jesús le descubre verdades insospechadas. Entre ellas que el Mesías es el
mismísimo Hijo de Dios, del cual proviene la salvación del mundo. Sólo un Dios
que estuviera dispuesto a sufrir con nosotros —haciéndose uno de nosotros—
podía ofrecer de parte nuestra un sacrificio realmente agradable a Dios para
nuestra salvación. Sabemos que este Hijo de Dios existe y que es Jesucristo. No
se nos ha dado ningún otro nombre por el cual vayamos a ser salvados.
—Jesús, confieso que eres Dios y, porque realmente eres
Dios, te confío mi eterna salvación.
Comentario: Rev. D. Antoni CAROL i Hostench
(Sant Cugat del Vallès, Barcelona, España).
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