Hoy, después del compartir los panes con la multitud,
vemos a Jesús retirarse a la montaña. Al atardecer, los discípulos descienden a
la orilla del mar y suben a una barca de vuelta a Cafarnaúm. La navegación, en
la oscuridad, enfrentando el mar agitado, simboliza la inseguridad de los
hombres en la ausencia de Dios. Andando sobre las aguas, se aproxima a nosotros
y nos trae la paz.
Con éste y otros signos (calmó una tempestad mandando al
mar que se "callara"), Jesucristo nos dejó señales inequívocas de su
divinidad y de su señorío ante la naturaleza. Él es el Hijo eterno de Dios, por
quien todo fue hecho, y nosotros somos parte de la naturaleza creada. Gracias
al don de la libertad, participamos de un modo privilegiado (la cultura) de la
creatividad divina. Debemos reconocer nuestra deuda ante Dios por habernos
privilegiado con una naturaleza tan perfecta.
—Padre, en medio de las tempestades, hazme comprender que
el Resucitado camina conmigo, motivándome a permanecer firme en el camino
trazado por Él.
Comentario:
P. Luis PERALTA Hidalgo SDB (Lisboa, Portugal).
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