Día litúrgico: Viernes III de Pascua
Texto del Evangelio (Jn 15,1-8): En aquel tiempo, los
judíos se pusieron a discutir entre sí y decían: «¿Cómo puede éste darnos a
comer su carne?». Jesús les dijo: «En verdad, en verdad os digo: si no coméis
la carne del Hijo del hombre, y no bebéis su sangre, no tenéis vida en vosotros.
El que come mi carne y bebe mi sangre, tiene vida eterna, y yo le resucitaré el
último día. Porque mi carne es verdadera comida y mi sangre verdadera bebida.
El que come mi carne y bebe mi sangre, permanece en mí, y yo en él. Lo mismo
que el Padre, que vive, me ha enviado y yo vivo por el Padre, también el que me
coma vivirá por mí. Este es el pan bajado del cielo; no como el que comieron
vuestros padres, y murieron; el que coma este pan vivirá para siempre». Esto lo
dijo enseñando en la sinagoga, en Cafarnaúm.
Comentario: Rev. D. Àngel CALDAS i Bosch
(Salt, Girona, España).
«En verdad, en verdad os digo: si no coméis la carne del
Hijo del hombre, y no bebéis su sangre, no tenéis vida en vosotros»
Hoy, Jesús hace tres afirmaciones capitales, como son: que
se ha de comer la carne del Hijo del hombre y beber su sangre; que si no se
comulga no se puede tener vida; y que esta vida es la vida eterna y es la
condición para la resurrección (cf. Jn 6,53.58). No hay nada en el Evangelio
tan claro, tan rotundo y tan definitivo como estas afirmaciones de Jesús.
No siempre los católicos estamos a la altura de lo que
merece la Eucaristía: a veces se pretende “vivir” sin las condiciones de vida
señaladas por Jesús y, sin embargo, como ha escrito Juan Pablo II, «la
Eucaristía es un don demasiado grande para admitir ambigüedades y reducciones».
“Comer para vivir”: comer la carne del Hijo del hombre
para vivir como el Hijo del hombre. Este comer se llama “comunión”. Es un
“comer”, y decimos “comer” para que quede clara la necesidad de la asimilación,
de la identificación con Jesús. Se comulga para mantener la unión: para pensar
como Él, para hablar como Él, para amar como Él. A los cristianos nos hacía
falta la encíclica eucarística de Juan Pablo II, La Iglesia vive de la
Eucaristía. Es una encíclica apasionada: es “fuego” porque la Eucaristía es
ardiente.
«Vivamente he deseado comer esta Pascua con vosotros antes
de padecer» (Lc 22,15), decía Jesús al atardecer del Jueves Santo. Hemos de
recuperar el fervor eucarístico. Ninguna otra religión tiene una iniciativa
semejante. Es Dios que baja hasta el corazón del hombre para establecer ahí una
relación misteriosa de amor. Y desde ahí se construye la Iglesia y se toma parte
en el dinamismo apostólico y eclesial de la Eucaristía.
Estamos tocando la entraña misma del misterio, como Tomás,
que palpaba las heridas de Cristo resucitado. Los cristianos tendremos que
revisar nuestra fidelidad al hecho eucarístico, tal como Cristo lo ha revelado
y la Iglesia nos lo propone. Y tenemos que volver a vivir la “ternura” hacia la
Eucaristía: genuflexiones pausadas y bien hechas, incremento del número de
comuniones espirituales... Y, a partir de la Eucaristía, los hombres nos
aparecerán sagrados, tal como son. Y les serviremos con una renovada ternura.
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