Venerados hermanos,
queridos Ordenandos, queridos hermanos y hermanas!
La tradición romana de celebrar las Ordenaciones
sacerdotales en este IV Domingo de Pascua, el domingo “del buen pastor”,
contiene una gran riqueza de significado, ligada a la convergencia entre la
Palabra de Dios, el Rito litúrgico y el Tiempo pascual en el que se coloca. En
particular, la figura del pastor, tan relevante en la Sagrada Escritura y
naturalmente muy importante para la definición del sacerdote, adquiere su plena
verdad y claridad sobre el rostro de Cristo, a la luz del Misterio de su muerte
y resurrección. De esta riqueza también ustedes, queridos Ordenandos, pueden
siempre sacar -cada día de su vida- y así su sacerdocio será continuamente
renovado.
Este año el fragmento evangélico es aquel central en el
capítulo 10 de Juan, que inicia propiamente con la afirmación de Jesús: “Yo soy
el buen pastor”, a lo que inmediatamente sigue la primera característica
fundamental: “El buen pastor da al vida por la ovejas” (Jn 10,11). Sí, aquí
nosotros somos inmediatamente conducidos al centro, al culmen de la revelación
de Dios como pastor de su pueblo; este centro y culmen es Jesús, precisamente
Jesús que muere en la cruz y resurge del sepulcro al tercer día, resurge con
toda su humanidad, y de este modo nos involucra a nosotros, a cada hombre, en
su pasaje de la muerte a la vida. Este evento – la Pascua de Cristo – en la que
se realiza plena y definitivamente la obra pastoral de Dios, es un evento
sacrificial: por esto el Buen Pastor y el Sumo Sacerdote coinciden en la
persona de Jesús que ha dado la vida por nosotros.