Detalle de la Basílica de San Marcos, Venecia. El León alado. |
Hoy, en la fiesta de san Marcos, escuchando el Evangelio y
mirando al evangelizador, no podemos sino proclamar con seguridad y
agradecimiento dónde está la fuente y en qué consiste la fuerza de nuestra
palabra: al evangelizador se le ha impuesto una presencia y un mandato, desde
fuera, sin coacción, pero con la autoridad de quien es digno de todo crédito:
«Ve al mundo entero y proclama el Evangelio a toda la creación» (cf. Mc 16,15).
Nuestra palabra, por otra parte, no se presenta como una
más en el mercado de las ideas o de las opiniones, sino que tiene todo el peso
de los mensajes fuertes y definitivos. De su aceptación o rechazo dependen la
vida o la muerte; y su verdad, su capacidad de convicción, viene por la vía
testimonial, es decir, aparece acreditada por signos de poder en favor de los
necesitados.
—¿Por qué, pues, nuestro silencio? ¿Miedo, timidez? Decía
san Justino que «aquellos ignorantes e incapaces de elocuencia, persuadieron
por la virtud a todo el género humano».
Comentario: Mons. Agustí CORTÉS i Soriano
Obispo de Sant Feliu de Llobregat (Barcelona, España).
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