Día litúrgico: Miércoles X del tiempo ordinario
Texto del Evangelio (Mt 5,17-19): En aquel tiempo,
Jesús dijo a sus discípulos: «No penséis que he venido a abolir la Ley y los
Profetas. No he venido a abolir, sino a dar cumplimiento. Sí, os lo aseguro: el
cielo y la tierra pasarán antes que pase una i o una tilde de la Ley sin que
todo suceda. Por tanto, el que traspase uno de estos mandamientos más pequeños
y así lo enseñe a los hombres, será el más pequeño en el Reino de los Cielos;
en cambio, el que los observe y los enseñe, ése será grande en el Reino de los
Cielos».
Comentario: Rev. D. Miquel MASATS i Roca (Girona, España).
No he venido a abolir, sino a dar cumplimiento
Hoy escuchamos del Señor: «No penséis que he venido a
abolir la Ley y los Profetas; (...), sino a dar cumplimiento» (Mt 5,17). En el
Evangelio de hoy, Jesús enseña que el Antiguo Testamento es parte de la
Revelación divina: Dios primeramente se dio a conocer a los hombres mediante
los profetas. El Pueblo escogido se reunía los sábados en la sinagoga para
escuchar la Palabra de Dios. Así como un buen israelita conocía las Escrituras
y las ponía en práctica, a los cristianos nos conviene la meditación frecuente
—diaria, si fuera posible— de las Escrituras.
En Jesús tenemos la plenitud de la Revelación. Él es el
Verbo, la Palabra de Dios, que se ha hecho hombre (cf. Jn 1,14), que viene a
nosotros para darnos a conocer quién es Dios y cómo nos ama. Dios espera del
hombre una respuesta de amor, manifestada en el cumplimiento de sus enseñanzas:
«Si me amáis, guardaréis mis mandamientos» (Jn 14,15).
Del texto del Evangelio de hoy encontramos una buena
explicación en la Primera Carta de san Juan: «En esto consiste el amor a Dios:
en que guardemos sus mandamientos. Y sus mandamientos no son pesados» (1Jn
5,3). Guardar los mandamientos de Dios garantiza que le amamos con obras y de
verdad. El amor no es sólo un sentimiento, sino que —a la vez— pide obras,
obras de amor, vivir el doble precepto de la caridad.
Jesús nos enseña la malicia del escándalo: «El que
traspase uno de estos mandamientos más pequeños y así lo enseñe a los hombres,
será el más pequeño en el Reino de los Cielos» (Mt 5,19). Porque —como dice san
Juan— «quien dice: ‘Yo le conozco’ y no guarda sus mandamientos es un mentiroso
y la verdad no está en él» (1Jn 2,4).
A la vez enseña la importancia del buen ejemplo: «El que
los observe y los enseñe, ése será grande en el Reino de los Cielos» (Mt 5,19).
El buen ejemplo es el primer elemento del apostolado cristiano.
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