Hoy, y desde los tiempos más antiguos, la Iglesia de Roma
celebra la solemnidad de estos dos grandes apóstoles —maestros de la fe— como
una única fiesta. Pedro fue la "roca" puesta como fundamento de la
Iglesia; Pablo, la voz dada al Evangelio en su carrera entre los gentiles (los
no judíos).
Recibieron de Dios un trato "peculiar". A Simón,
hijo de Jonás, Jesucristo le cambió el nombre, anunciándole la entrega de una
misión particular: confirmar en la doctrina a sus hermanos. Jesús rezó
expresamente por él, para que su fe —como un don especial del Padre— jamás
desfalleciera. Saulo de Tarso fue elegido mientras perseguía a los cristianos:
se le apareció el Señor resucitado (unos 5 años después de la Ascensión),
presentándosele como "Jesús, a quien tú persigues".
—Señor, en su martirio, Pedro y Pablo se dan un abrazo
fraterno y se convierten en "hermanos". Concédeme la fortaleza para
continuar la construcción de la "nueva Roma" cristiana que ellos
—juntos— fundaron.
Comentario: REDACCIÓN evangeli.net
(elaborado a partir de textos de Benedicto XVI) (Città del Vaticano, Vaticano).
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