Día litúrgico: Domingo XII (B) del tiempo ordinario
Texto del Evangelio (Mc 4,35-41): Un día, al
atardecer, Jesús dijo a los discípulos: «Pasemos a la otra orilla». Despiden a
la gente y le llevan en la barca, como estaba; e iban otras barcas con Él. En
esto, se levantó una fuerte borrasca y las olas irrumpían en la barca, de
suerte que ya se anegaba la barca. Él estaba en popa, durmiendo sobre un
cabezal. Le despiertan y le dicen: «Maestro, ¿no te importa que perezcamos?».
Él, habiéndose despertado, increpó al viento y dijo al mar: «¡Calla,
enmudece!». El viento se calmó y sobrevino una gran bonanza. Y les dijo: «¿Por
qué estáis con tanto miedo? ¿Cómo no tenéis fe?». Ellos se llenaron de gran
temor y se decían unos a otros: «Pues ¿quién es éste que hasta el viento y el
mar le obedecen?».
Comentario: Rev. D. Antoni CAROL i Hostench (Sant Cugat
del Vallès, Barcelona, España).
«Maestro, ¿no te importa que perezcamos?»
Hoy -en estos tiempos de «fuerte borrasca»- nos vemos
interpelados por el Evangelio. La humanidad ha vivido dramas que, como olas
violentas, han irrumpido sobre hombres y pueblos enteros, particularmente
durante el siglo XX y los albores del XXI. Y, a veces, nos sale del alma
preguntarle: «Maestro, ¿no te importa que perezcamos?» (Mc 4,38); si Tú verdaderamente
existes, si Tú eres Padre, ¿por qué ocurren estos episodios?
Ante el recuerdo de los horrores de los campos de
concentración de la II Guerra Mundial, el Papa Benedicto se preguntaba: «¿Dónde
estaba Dios en esos días? ¿Por qué permaneció callado? ¿Cómo pudo tolerar este
exceso de destrucción?». Una pregunta que Israel, ya en el Antiguo Testamento,
se hacía: «¿Por qué duermes? (…). ¿Por qué nos escondes tu rostro y olvidas
nuestra desgracia?» (Sal 44,24-25).
Dios no responderá a estas preguntas: a Él le podemos
pedir todo menos el porqué de las cosas; no tenemos derecho a pedirle cuentas.
En realidad, Dios está y está hablando; somos nosotros quienes no estamos [en
su presencia] y, por tanto, no oímos su voz. «Nosotros -dijo Benedicto XVI- no podemos escrutar el
secreto de Dios. Sólo vemos fragmentos y nos equivocamos si queremos hacernos
jueces de Dios y de la historia. En ese caso, no defenderíamos al hombre, sino
que contribuiríamos sólo a su destrucción».
En efecto, el problema no es que Dios no exista o que no
esté, sino que los hombres vivamos como si Dios no existiera. He aquí la
respuesta de Dios: «¿Por qué estáis con tanto miedo? ¿Cómo no tenéis fe?» (Mc
4,40). Eso dijo Jesús a los apóstoles, y lo mismo le dijo a santa Faustina Kowalska: «Hija mía, no
tengas miedo de nada, Yo siempre estoy contigo, aunque te parezca que no esté».
No le preguntemos, más bien recemos y respetemos su
voluntad y…, entonces habrá menos dramas… y, asombrados, exclamaremos: «¿Quién
es éste que hasta el viento y el mar le obedecen?» (Mc 4,41). -Jesús, en ti
confío!
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