Día litúrgico: Lunes XXXIII del tiempo ordinario
Texto del Evangelio (Lc 18,35-43): En aquel tiempo,
sucedió que, al acercarse Jesús a Jericó, estaba un ciego sentado junto al
camino pidiendo limosna; al oír que pasaba gente, preguntó qué era aquello. Le
informaron que pasaba Jesús el Nazareno y empezó a gritar, diciendo: «¡Jesús,
Hijo de David, ten compasión de mí!». Los que iban delante le increpaban para
que se callara, pero él gritaba mucho más: «¡Hijo de David, ten compasión de
mí!». Jesús se detuvo, y mandó que se lo trajeran y, cuando se hubo acercado,
le preguntó: «¿Qué quieres que te haga?». Él dijo: «¡Señor, que vea!». Jesús le
dijo: «Ve. Tu fe te ha salvado». Y al instante recobró la vista, y le seguía
glorificando a Dios. Y todo el pueblo, al verlo, alabó a Dios.
Comentario: Rev. D. Antoni CAROL i Hostench
(Sant Cugat del Vallès, Barcelona, España).
Tu fe te ha salvado
Hoy, el ciego Bartimeo (cf. Mc 10,46) nos provee toda una
lección de fe, manifestada con franca sencillez ante Cristo. ¡Cuántas veces nos
iría bien repetir la misma exclamación de Bartimeo!: «¡Jesús, Hijo de David,
ten compasión de mí!» (Lc 18,37). ¡Es tan provechoso para nuestra alma sentirnos
indigentes! El hecho es que lo somos y que, desgraciadamente, pocas veces lo
reconocemos de verdad. Y..., claro está: hacemos el ridículo. Así nos lo
advierte san Pablo: «¿Qué tienes que no lo hayas recibido? Y si lo has
recibido, ¿por qué te glorías como si no lo hubieras recibido?» (1 Cor 4,7).
A Bartimeo no le da vergüenza sentirse así. En no pocas
ocasiones, la sociedad, la cultura de lo que es “políticamente correcto”,
querrán hacernos callar: con Bartimeo no lo consiguieron. Él no se “arrugó”. A
pesar de que «le increpaban para que se callara, (...) él gritaba mucho más:
‘¡Hijo de David, ten compasión de mí!’» (Lc 18,39). ¡Qué maravilla! Da ganas de
decir: —Gracias, Bartimeo, por este ejemplo.
Y vale la pena hacerlo como él, porque Jesús escucha. ¡Y
escucha siempre!, por más jaleo que algunos organicen a nuestro alrededor. La
confianza sencilla —sin miramientos— de Bartimeo desarma a Jesús y le roba el
corazón: «Mandó que se lo trajeran y (...) le preguntó: «¿Qué quieres que te
haga?» (Lc 18,40-41). Delante de tanta fe, ¡Jesús no se anda con rodeos! Y...
Bartimeo tampoco: «¡Señor, que vea!» (Lc 18,41). Dicho y hecho: «Ve. Tu fe te
ha salvado» (Lc 18,42). Resulta que «la fe, si es fuerte, defiende toda la
casa» (San Ambrosio), es decir, lo
puede todo.
Él lo es todo; Él nos lo da todo. Entonces, ¿qué otra cosa
podemos hacer ante Él, sino darle una respuesta de fe? Y esta “respuesta de fe”
equivale a “dejarse encontrar” por este Dios que —movido por su afecto de
Padre— nos busca desde siempre. Dios no se nos impone, pero pasa frecuentemente
muy cerca de nosotros: aprendamos la lección de Bartimeo y... ¡no lo dejemos
pasar de largo!
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