Día litúrgico: 9 de Noviembre: Dedicación
de la Basílica del Laterano en Roma
Texto del Evangelio (Jn 2,13-22): Cuando se acercaba
la Pascua de los judíos, Jesús subió a Jerusalén. Y encontró en el Templo a los
vendedores de bueyes, ovejas y palomas, y a los cambistas en sus puestos.
Haciendo un látigo con cuerdas, echó a todos fuera del Templo, con las ovejas y
los bueyes; desparramó el dinero de los cambistas y les volcó las mesas; y dijo
a los que vendían palomas: «Quitad esto de aquí. No hagáis de la Casa de mi
Padre una casa de mercado». Sus discípulos se acordaron de que estaba escrito:
El celo por tu Casa me devorará.
Los judíos entonces le replicaron diciéndole: «Qué señal
nos muestras para obrar así?». Jesús les respondió: «Destruid este templo y en
tres días lo levantaré». Los judíos le contestaron: «Cuarenta y seis años se
han tardado en construir este Santuario, ¿y tú lo vas a levantar en tres
días?». Pero Él hablaba del Santuario de su cuerpo. Cuando resucitó, pues, de
entre los muertos, se acordaron sus discípulos de que había dicho eso, y
creyeron en la Escritura y en las palabras que había dicho Jesús.
Comentario: Rev. D. Joaquim MESEGUER García
(Sant Quirze del Vallès, Barcelona, España).
Destruid este templo y en tres días lo levantaré
Hoy, en esta fiesta universal de la Iglesia, recordamos
que aunque Dios no puede ser contenido entre las paredes de ningún edificio del
mundo, desde muy antiguo el ser humano ha sentido la necesidad de reservar
espacios que favorezcan el encuentro personal y comunitario con Dios. Al
principio del cristianismo, los lugares de encuentro con Dios eran las casas
particulares, en las que se reunían las comunidades para la oración y la
fracción del pan. La comunidad reunida era —como también hoy es— el templo
santo de Dios. Con el paso del tiempo, las comunidades fueron construyendo
edificios dedicados a las reuniones litúrgicas, la predicación de la Palabra y
la oración. Y así es como en el cristianismo, con el paso de la persecución a
la libertad religiosa en el Imperio Romano, aparecieron las grandes basílicas,
entre ellas San Juan de Letrán, la catedral de Roma.
San Juan de Letrán es el símbolo de la unidad de todas las
Iglesias del mundo con la Iglesia de Roma, y por eso esta basílica ostenta el
título de Iglesia principal y madre de todas las Iglesias. Su importancia es
superior a la de la misma Basílica de San Pedro del Vaticano, pues en realidad
ésta no es una catedral, sino un santuario edificado sobre la tumba de San
Pedro y el lugar de residencia actual del Papa, que, como Obispo de Roma, tiene
en la Basílica Lateranense su Catedral.
Pero no podemos perder de vista que el verdadero lugar de
encuentro del hombre con Dios, el auténtico templo, es Jesucristo. Por eso, Él
tiene plena autoridad para purificar la casa de su Padre y pronunciar estas
palabras: «Destruid este templo y en tres días lo levantaré» (Jn 2,19). Gracias
a la entrega de su vida por nosotros, Jesucristo ha hecho de los creyentes un
templo vivo de Dios. Por esta razón, el mensaje cristiano nos recuerda que toda
persona humana es sagrada, está habitada por Dios, y no podemos profanarla
usándola como un medio.
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