Día litúrgico: Martes XXXII del tiempo ordinario
Texto del Evangelio (Lc 17,7-10): En aquel tiempo, el
Señor dijo: «¿Quién de vosotros tiene un siervo arando o pastoreando y, cuando
regresa del campo, le dice: ‘Pasa al momento y ponte a la mesa?’. ¿No le dirá
más bien: ‘Prepárame algo para cenar, y cíñete para servirme hasta que haya
comido y bebido, y después comerás y beberás tú?’. ¿Acaso tiene que agradecer
al siervo porque hizo lo que le fue mandado? De igual modo vosotros, cuando
hayáis hecho todo lo que os fue mandado, decid: ‘Somos siervos inútiles; hemos
hecho lo que debíamos hacer’».
Comentario: Rev. D. Jaume AYMAR i Ragolta
(Badalona, Barcelona, España).
Hemos hecho lo que debíamos hacer
Hoy, la atención del Evangelio no se dirige a la actitud
del amo, sino a la de los siervos. Jesús invita a sus apóstoles, mediante el
ejemplo de una parábola a considerar la actitud de servicio: el siervo tiene
que cumplir su deber sin esperar recompensa: «¿Acaso tiene que agradecer al
siervo porque hizo lo que le fue mandado?» (Lc 17,9). No obstante, ésta no es
la última lección del Maestro acerca del servicio. Jesús dirá más adelante a
sus discípulos: «En adelante, ya no os llamaré siervos, porque el siervo no
conoce lo que hace su señor. Desde ahora os llamo amigos, porque os he dado a
conocer todo lo que he oído a mi Padre» (Jn 15,15). Los amigos no pasan
cuentas. Si los siervos tienen que cumplir con su deber, mucho más los
apóstoles de Jesús, sus amigos, debemos cumplir la misión encomendada por Dios,
sabiendo que nuestro trabajo no merece recompensa alguna, porque lo hacemos
gozosamente y porque todo cuanto tenemos y somos es un don de Dios.
Para el creyente todo es signo, para el que ama todo es
don. Trabajar para el Reino de Dios es ya nuestra recompensa; por eso, no
debemos decir con tristeza ni desgana: «Somos siervos inútiles; hemos hecho lo
que debíamos hacer» (Lc 17,10), sino con la alegría de aquel que ha sido llamado
a transmitir el Evangelio.
En estos días tenemos presente también la fiesta de un
gran santo, de un gran amigo de Jesús, muy popular entre la cristiandad, san Martín de Tours, que dedicó su vida
al servicio del Evangelio de Cristo. De él escribió Sulpicio Severo: «Hombre extraordinario, que no fue doblegado por
el trabajo ni vencido por la misma muerte, no tuvo preferencia por ninguna de
las dos partes, ¡no temió a la muerte, no rechazó la vida! Levantados sus ojos
y sus manos hacia el cielo, su espíritu invicto no dejaba de orar». En la
oración, en el diálogo con el Amigo, hallamos, efectivamente, el secreto y la
fuerza de nuestro servicio.
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