domingo, 3 de noviembre de 2013

Ser paciente para ser santo


Una multitud de hombres y mujeres de todos los pueblos, dice el Apocalipsis, adoraban a Dios el Padre Eterno y al Cordero, que murió para salvar a los hombres. Eran los santos, aquellos hombres y mujeres que vivieron en este mundo según la voluntad de Dios y vencieron al pecado y al mal.

La santidad es la meta del cristiano: “sed santos como su Padre Celestial es santo”. La vida encuentra su sentido cuando siguiendo las palabras de Jesús entonamos en nuestra vida una sinfonía de caridad. Mirar a lo alto para recordar que somos de Dios, mirar hacia el horizonte para extender la mano a todos aquellos que ya no pueden avanzar en el camino. Ser “samaritanos” de cada hombre que encontramos en nuestra vida cotidiana, a la vuelta de cada esquina.



Hablando de la Santidad el Papa Francisco nos enseña: «Veo la santidad  en el pueblo de Dios paciente: una mujer que cría a sus hijos, un hombre que trabaja para llevar a casa el pan, los enfermos, los sacerdotes ancianos tantas veces heridos pero siempre con su sonrisa porque han servido al Señor, las religiosas que tanto trabajan y que viven una santidad escondida. Esta es, para mí, la santidad común. Yo asocio frecuentemente la santidad a la paciencia: no solo la paciencia como ‘hypomoné', hacerse cargo de los sucesos y las circunstancias de la vida, sino también como constancia para seguir hacia delante día a día. Esta es la santidad de la Iglesia militante de la que habla el mismo san Ignacio. Esta era la santidad de mis padres: de mi padre, de mi madre, de mi abuela Rosa, que me ha hecho tanto bien».

Dios quiere que no olvidemos el desafío fundamental de cada cristiano: ser santo. Con aquel matiz de ternura que pide el Papa, con el valor de ir contracorriente, con la audacia para construir una cultura del encuentro y de la misericordia. Que todos los Santos del Cielo oren por nosotros a Dios.

P. Guillermo Inca Pereda OSJ
Secretario Adjunto de al CEP

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