En aquel tiempo, al salir Jesús de Jericó con sus discípulos y bastante gente, el ciego Bartimeo (el hijo de Timeo) estaba sentado al borde del camino pidiendo limosa. Al oír que era Jesús Nazareno, empezó a gritar:
–Hijo de David, ten compasión de mí.
Muchos le regañaban para que se callara. Pero él gritaba más:
–Hijo de David, ten compasión de mí.
Jesús se detuvo y dijo:
–Llamadlo.
Llamaron al ciego diciéndole:
–Ánimo, levántate, que te llama.
Soltó el manto, dio un salto y se acercó a Jesús.
Jesús le dijo:
–¿Qué quieres que haga por ti?
El ciego le contestó:
–Maestro, que pueda ver.
Jesús le dijo:
–Anda, tu fe te ha curado.
Y al momento recobró la vista y lo seguía por el camino.
Pautas para la homilía
Cuando
en los Evangelios se da el nombre de un personaje al que Jesús hace el bien, es
porque, con mucha probabilidad, esa persona pasó a formar parte de una
comunidad cristiana. Por eso el evangelista conoce su nombre. Hay un conocido
personaje de Jericó que se convirtió en discípulo de Jesús: el publicano Zaqueo
(cf. Lc 19,1-10). Él se subió a un árbol para poder contemplar a Jesús. Y Éste
le vio, fue a comer a su casa y le salvó de su vida de pecado.
Pues
bien, el pasaje de hoy nos habla de otra conversión que tuvo lugar en Jericó.
Es la del ciego Bartimeo, quien, como Zaqueo, también quería conocer a Jesús.
Pero, en este caso, no se subió a un árbol, sino que se puso a vocear con todas
sus fuerzas para llamar la atención. Y lo consiguió: Jesús, que estaba saliendo
de la ciudad, se paró y pidió a sus discípulos que le trajeran a esta persona.
Efectivamente, era tal el griterío de Bartimeo, que Jesús se dio cuenta de que
estaba realmente interesado por verle, más aún, que estaba desesperado. Por eso
le llamó.
Y
entonces Bartimeo hace una cosa muy importante: «soltó el manto», que,
probablemente, era casi lo único que poseía. Es decir, no tuvo reparos en
quedarse sin nada para poder ver a Jesús. Y Él también se dio cuenta de eso.
Jesús vio que Bartimeo fue capaz de desprenderse de todo con tal de verle.
Tanto sus desesperadas voces como su desprendimiento radical hicieron ver a
Jesús que ese pobre ciego creía en Él muy firmemente: Bartimeo no quería verle
por mero capricho o buscando simplemente su curación. Jesús sabía que él
buscaba algo mucho más importante, algo que sólo Dios le podía dar.
Por
eso dice Jesús a sus discípulos: «llamadlo». No dice: «traedlo» o «buscadlo».
El término «llamar» tiene un significado muy concreto en los Evangelios: Jesús
nos llama a ser discípulos suyos, nos llama a formar parte de su Iglesia. Jesús
no quiere limitarse a curar la ceguera de Bartimeo, quiere sacarle de su vida
sin sentido para introducirle en un mundo nuevo: el Reino de Dios.
Y
cuando llevan a Bartimeo ante Jesús, Éste le hace una pregunta: «¿Qué quieres
que haga por ti?». Parece una obviedad: ¿qué otra cosa va a querer si no que le
cure? Pero hay que tener en cuenta algo: la ceguera era una enfermedad maldita
en aquella sociedad, porque pensaban que los ciegos habían sido castigados por
Dios. Por eso, reconocer públicamente que uno es ciego, es reconocer que es un
notorio pecador. Y es ahí a donde Jesús quería ir. Curarle la ceguera a
Bartimeo no era más que una excusa para darle lo que realmente deseaba: la
salvación. Entonces, Bartimeo, humildemente reconoce que está ciego y le dice:
«Maestro, que pueda ver».
Jesús
conocía la fe Bartimeo, pues había visto la desesperación con la que le llamó a
gritos, le decisión con la que dejó su manto tirado en el suelo, la docilidad
con la siguió a sus discípulos y la humildad con la que reconoció públicamente
su ceguera. Por eso le dice: «Anda, tu fe te ha curado». La vida de Bartimeo
había quedado paralizada no sólo por su ceguera, sino sobre todo por su
conciencia de pecado. Bartimeo pensaba que había sido maldecido por Dios, y no
había nada peor que le pudiera pasar a un judío. Por eso Jesús le dice: «anda»,
es decir, «vuelve a caminar normalmente en la vida, eres una persona querida
por Dios».
Y
acaba este pasaje diciendo: «Y al momento recobró la vista y lo seguía por el
camino». En efecto, Bartimeo se convirtió en discípulo de Jesús y, más tarde,
pasó a ser un conocido cristiano, pues su historia de conversión corrió de boca
en boca por las primeras comunidades cristianas, llegando a oídos de los
evangelistas, los cuales, inspirados por el Espíritu Santo, la incluyeron en
los textos evangélicos.
Este
pasaje nos deja varias interrogantes importantes para que recapacitemos y
hagamos un examen de nuestra fe: ¿buscamos nosotros a Jesús con el ansia de
este pobre ciego?, ¿somos capaces de dejarlo todo por ir al encuentro de
Jesús?, ¿nos sentimos realmente llamados por Él? Y, lo más significativo de
este pasaje: si Jesús nos preguntase qué queremos que haga por nosotros, ¿qué
le diríamos? Bartimeo tenía muy claro qué era lo que más necesitaba. ¿Somos
conscientes de lo que realmente necesitamos para salvarnos?
Hermanos,
este pasaje toca lo más hondo de nuestra persona. Todos, de algún modo, estamos
«ciegos». En todos nosotros hay algo que nos impide estar a bien con Dios.
Todos necesitamos que Jesús nos ayude a convertirnos interiormente, es decir, a
madurar espiritualmente. Pidámosle el valor y la humildad necesarios para
decirle: «Maestro, que pueda ver».
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