Lectura
del santo evangelio según san Lucas 12,13-21
En aquel
tiempo, dijo uno del público a Jesús: «Maestro, dile a mi hermano que reparta
conmigo la herencia.»
Él le
contestó: «Hombre, ¿quién me ha nombrado juez o árbitro entre vosotros?»
Y dijo a la gente: «Mirad: guardaos de toda clase de codicia. Pues, aunque uno ande sobrado, su vida no depende de sus bienes.»
Y dijo a la gente: «Mirad: guardaos de toda clase de codicia. Pues, aunque uno ande sobrado, su vida no depende de sus bienes.»
Reflexión
del Evangelio de hoy
Un regalo
especial
Los textos
de la liturgia de este lunes nos ofrecen la oportunidad de iniciar la semana,
con todas sus prisas, ocupaciones, preocupaciones y afanes, haciendo un
ejercicio de introspección y “recolocando” prioridades, agenda y deseos. Pablo,
en la carta a los Efesios, nos centra en lo esencial: “Dios nos ha creado en
Cristo Jesús, para que nos dediquemos a las buenas obras”. Y esa
gracia, que nos permite renacer al bien, es “don de Dios”.
Cuando
nos asomamos a la realidad del mundo y a nuestro propio interior, descubrimos
muchas veces cosas que no son precisamente lo más noble y positivo de la huella
del ser humano en la vida. “Estábamos destinados a la ira”, expresa el
texto. Henry Nowen, en un pequeño libro sobre la espiritualidad del
desierto, “La soledad, el silencio y la oración”, relata cómo el monje Antonio
oyó la llamada de Jesús a dejar todo, entregarlo a los pobres y seguirle, y se
retiró a un lugar aislado para dedicarse a la oración y el trabajo manual. Pero
se dio cuenta de que para transformarse en un nuevo ser debía morir a su yo
falso y viejo: la ira y la avaricia. Y se fue al desierto, donde la soledad y
el encuentro con el Señor, le hicieron un hombre compasivo, un hombre nuevo. Es
la invitación que nos hace san Pablo hoy a nosotros.
Estos dos
enemigos de la vida espiritual, ira y avaricia, se van disfrazando en muchos de
nuestros deseos y actitudes. Nos hacen depender de la imagen que proyectamos,
de lo que los demás piensen de nosotros, de lo que poseemos y logramos. Brotan
cuando nos sentimos frustrados, insatisfechos, deprimidos. Y nos hacen
reaccionar muchas veces con resentimiento, con frialdad, con tedio y dejadez,
paralizando la generosidad del corazón. Cuando volvemos la mirada a Cristo y
descubrimos la verdad más honda y auténtica de nuestro ser, es cuando surge
nuestra verdad, la bondad y la belleza que Dios nos ha regalado para hacer el
bien. “Somos, pues, obra suya”.
Una
herencia diferente
El texto
evangélico nos adentra un poco más en este camino de soledad y encuentro con
nosotros mismos, con Dios que nos habita, nos ama y es fuente de vida. Para
ello tenemos que despejar el camino de falsos espejismos, de anhelos que no nos
llevan a ninguna parte, solamente al vacío y la destrucción. El relato de hoy
solamente lo encontramos en Lucas, no tiene paralelo en otros evangelios. Se
enmarca en el camino que hace Jesús desde Galilea a Jerusalén. Un hombre se le
acerca para pedirle que medie con su hermano por una herencia. Jesús lo tiene
claro: “¿Quién me ha constituido juez o árbitro entre vosotros?”.
No nos
resulta tan ajeno hoy en día, ni el tema de las herencias, que tantos
conflictos generan en las familias, ni tampoco el recurrir a Dios para pedirle
que obre en nuestro favor. Por eso la parábola nos puede venir muy bien para
ilustrar este pequeño examen de conciencia en el que nos había embarcado la
primera lectura. Escuchemos qué eco nos despiertan las palabras que Dios dirige
al hombre rico de la parábola: “Necio, esta noche te van a reclamar el alma,
¿y de quién será lo que has preparado?”.
Miremos
nuestras manos, escuchemos nuestros pensamientos, asomémonos a nuestro corazón.
¿Qué les mueve, qué les motiva, qué anhelan, en qué se ocupan? A veces se nos
acumula la necedad como el polvo sobre los muebles, sin darnos mucha cuenta.
Bueno, es hora de hacer un poquito de limpieza, desempolvar eso que nos hace
ricos a los ojos de Dios y dejar que la vida se nos vaya en ello. ¡Seguro,
seguro, que merece la pena! Ni más ni menos que está en juego una hermosa
herencia: la de los hijos e hijas de Dios, la de la compasión y la bondad que
hagan posible un mundo nuevo y fraterno.
Hna. Águeda Mariño Rico O.P.
Congregación de Santo Domingo
Congregación de Santo Domingo
https://www.dominicos.org/predicacion/evangelio-del-dia/22-10-2018/
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