Jeremías 31, 7-9: “Vienen a mí llorando, pero yo los consolaré y los
guiaré”
Salmo 125: “Grandes cosas has hecho por nosotros, Señor”
Hebreos 5, 1-6: “Tú eres sacerdote eterno, como Melquisedec”
San Marcos 10, 46-52: “¡Hijo de David, ten compasión de mí!”
Hay personas que no tienen luz en sus ojos pero que proyectan una gran
luz a su alrededor. Claudia es una joven que ha luchado a brazo partido contra una
sociedad que discrimina, que obstaculiza e impide un verdadero desarrollo. A
pesar de su ceguera, superando obstáculos, ha terminado su carrera profesional.
Buscando por aquí y por allá, haciéndose acompañar de sus padres, auxiliándose
de medios sencillos pero efectivos, logra imponerse en un medio que
obstaculiza
todo. No se tiene en cuenta a los débiles visuales, ni para caminar, ni para
trabajar, ni para estudiar. Los mismos maestros se encuentran sorprendidos y
descontrolados ¿cómo exigir y cómo enseñar a quien no puede verlos? Sin
embargo, con perseverancia y energía, esta jovencita se ha salido adelante y
contagia con su alegría en todos los lugares donde se encuentra. Su música, su
voz y su sencillez, han iluminado nuestro camino.
¿Un ciego puede guiar a otro ciego? Ambos caerán en un pozo, dice el
proverbio. La narración de San Marcos parece contradecirlo. Un ciego se
convierte en guía para quienes tienen luz. Es más, supera la oposición de
quienes, mirando, tienen el alma en tinieblas y le impiden acercarse a Jesús.
Sentado a la orilla del camino, sin ilusión, sin riesgo, pero también sin
esperanza, gasta las horas y espera sólo las sobras y las indiferencias de los
que pasan de largo. A la orilla del camino como muchos descartados que han perdido
la ruta y que no alcanzan el ritmo vertiginoso de una sociedad que consume,
arrebata y destruye, y que va dejando su estela de pobreza y miseria “a la
orilla del camino”. No en el camino porque estorbarían la carrera alocada de un
mundo consumista y egoísta que se afana en su propio mantenimiento. Así, “a la
orilla del camino” van quedando en el olvido. Pero Bartimeo, al “sentir” pasar
a Jesús no quiere quedar en el olvido y está dispuesto a arriesgarse, a caminar
desde su oscuridad en busca de la luz. Comienza con un grito desgarrador:
“¡Jesús, hijo de David, ten compasión de mí!”. Un grito, una oración y un rayo
de esperanza que hacen nacer en su corazón la ilusión que logrará ponerlo de
pie.
El primer impedimento del pobre Bartimeo era el “quedarse” sentado, pero
logra vencerlo saliendo de la inercia y el conformismo. El segundo parece más
grave: la oposición de los demás que le impiden hablar y lo regañan para que
guarde silencio. ¿Por qué lo hacen? ¿Porque molestaba al Maestro o porque los
molestaba a ellos? ¿A quién beneficia el silencio de aquel ciego? Actualmente
hay situaciones difíciles y dolorosas que muchos preferirían que pasaran
ignoradas. Que no se hable del hambre, de la pobreza, del dolor, de la
migración… porque nos hace parecer un país menos próspero, porque “el mundo
tiene derecho a ser feliz”, porque se irían las inversiones, porque hay que
ocultar la pobreza, porque… se esgrimen mil razones y sin embargo ninguna es
válida. Ahí está el dolor y la injusticia clamando al Señor cada día más fuerte:
“¡Hijo de David, ten compasión de mí!”Hay dolores, cegueras, olvidos, que
reclaman la presencia del Señor y piden se tenga compasión. A pesar de estar a
la “orilla del camino” los hermanos siguen clamando por un lugar en el banquete
de la vida, un lugar con dignidad y justicia.
Para Jesús no hay olvidados, para Él todos están presentes. Él no puede
pasar de largo, ni desconocer a los que están a la orilla del camino, por eso
ordena que lo llamen. Y, sólo entonces, aparecen las primeras palabras de aliento:“¡Ánimo!
Levántate, porque él te llama”. La sola palabra de Jesús suscita la esperanza.
Al ciego aún le queda mucho camino por recorrer: tiene que levantarse,
(pensando en su oscuridad será como arrojarse en el vacío), y lo hace de un
salto y con entusiasmo; pero además debe abandonar su manto, su única
protección, y así, descubierto acercarse a Jesús. Gran lección para nosotros.
Lanzarnos al vacío tan sólo con el arma de la fe. Despojarnos del manto que nos
protege: el poder económico, cultural, ideológico, político; la preocupación,
el ansia, nuestras pretensiones y las miras humanas, el ansia de poseer… todo
cabe en un manto del que nos debemos despojar. Y así el ciego, despojado,
escucha atento las palabras de Jesús: “¿Qué quieres que haga por ti?”. La total
disposición de Jesús para darle luz y vida le hacen responder: “Maestro, que
pueda ver”. Igual petición deberíamos hacer nosotros, que podamos ver más allá
de nuestras limitaciones, que miremos más allá de nuestro pesimismo, que
miremos con espíritu alegre, lleno de esperanza y lleno de fraternidad. Que
Jesús ilumine nuestros ojos y nuestros pasos para iniciar nuevos caminos.
Cristo, que lo hace todo, parece no hacer nada: “Vete; tu fe te ha
salvado”. Le afirma que su fe lo ha salvado. Así el que parecía ciego, ha
resultado con mayor luz en su interior y ha emprendido el seguimiento de
Cristo, pues “comenzó a seguirlo por el camino”. El que estaba sentado, ciego y
mendigo, se ha transformado en discípulo gracias a la fe que le ha regalado
Cristo respondiendo a su súplica. El que se sentía incapaz de dar un paso,
ahora se transforma en caminante de la fe. La fe cristiana y el seguimiento de
Jesús van siempre juntos, como en el camino los ojos y los pies van siempre
juntos. La fe sin seguimiento quedaría vacía, y el seguimiento sin fe, estaría
ciego. Pero este pasaje nos enseña que uno y otra son posibles sólo para quien
invoca la misericordia de Dios, tira lejos el manto que lo resguarda y se acoge
a la bondad divina: el pobre que ruega obtiene ojos para ver y pies para
alcanzar la liberación por parte de Dios.
¿Qué dificultades que nos han dejado sentados a la orilla del camino?
¿Qué esfuerzos hacemos para dar el salto de la fe? ¿Hay mantos que nos impiden
seguir a Jesús?
Aumenta, Señor, en nosotros la fe, la esperanza y la caridad, para que
dejando nuestros miedos, mantos y ataduras, sigamos a Jesús por el camino del
Reino. Amén.
OCTUBRE 26, 2018 11:30ESPIRITUALIDAD Y
ORACIÓN
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