De “Yurimaguas” a “Pachacútec”, 50 años de misión
(ZENIT – 11 oct. 2018).- Tras la visita del papa Francisco al Perú
representantes de los pueblos indígenas Shipibo-konibo, Asháninka, Machiguenga,
Harakbut, se reunieron con laicos, misioneros, y religiosos de diversas órdenes
en la ciudad de Lima para dar inicio al primer encuentro camino al Sínodo sobre
la Amazonía, que se celebrará en 2019.
En Perú por ejemplo la Amazonía siempre ha estado al centro de nuestro
país. Los pasos del finado monseñor Miguel Irízar Campos sembraron también
esperanza en la selva del Perú. Aquí una semblanza de su vida, a pocos días de
cumplirse dos meses de su partida a la casa del padre.
***
Miguel Irizar Campos
“¡Ormaiztegui!, ¡Ormaiztegui, de rodillas!” era la única forma de
mantenerlo quieto cuando niño, y es que como todo vasco buscaba siempre abrirse
al mundo. Monseñor Miguel Irízar Campos, nació en otro mar, cerca del golfo de
Vizcaya, en el pueblo de Ormaiztegui, país Vasco de España. Irízar dejó honda
huella en el corazón de los nativos de la Amazonía peruana. Tras 50 años de
entregada labor misional, a un mes de su partida a la casa del padre el 18 de
agosto, los peruanos no olvidan cómo se enamoró de estas tierras.
Incansable misionero. Donde sus sandalias lo llevaban decía “primero fui
charapa luego chalaco”. Inquieto servidor de los más necesitados, monseñor
Miguel Irízar Campos cumplió 50 años de apasionada labor misional en el Perú en
2007. A los 84 años de edad dejó de existir el pasionista que aún vive en el
corazón de las comunidades indígenas y el pueblo chalaco.
En 1972 el santo Papa Pablo VI lo nombró Obispo Misionero del Vicariato
de Yurimaguas (provincia del Alto Marañon). Recibió la consagración episcopal
el 25 de julio de ese mismo año. Desde los 17 años ingresó a la congregación
pasionista. Su personalidad misionera se fue forjando al conocer de cerca las
necesidades de las comunidades nativas.
Interesado en conocer la labor de sus hermanos pasionistas en el Alto
Amazonas de la Selva peruana, Irízar aprendió a desplazarse en río recorriendo
cada uno de los pueblos indígenas. Fue entonces cuando su horizonte en la
misión creció. Durante 17 años recorrió distintos poblados en los ejes de los
ríos Huallaga, Marañón, y Pastaza.
“Charapa” por vocación
“Juan Cruz de la Dolorosa”, es el nombre que eligió para abrazar la cruz
de su misión a los 23 años. Se convirtió en “pastor de las personas”. Y es que
se desvivía por llevar a sus hermanos a condiciones más humanas, así lo narró
su primo el sacerdote Juan Cruz para la prensa peruana, “vivía inquieto por
consolar a los que más sufren”. Estudió ciencias sociales en la universidad
Gregoriana de Roma, por su afán de siempre servir a los demás.
Llegó al Perú desde el pueblo de Ormaiztegi del país Vasco en España en
1960. Desde entonces su habilidad con la música y su carisma apostólico lo
hicieron conocido entre los fieles. Su ardor por evangelizar lo llevó a buscar
nuevas formas para llevar siempre la “buena noticia”.
Nombrado nuevo superior de su congregación en el Perú se desvivía por
facilitar a sus hermanos todo lo necesario para su misión. Convertido en un
“charapa” más, el joven pasionista impulsó la creación de centros de
rehabilitación, institutos superiores y centros de capacitación en la selva del
Perú. Defendió a su pueblo incluso de la amenaza de las fuerzas subversivas y
el narcotráfico de los años 80.
Obispo de corazón
Sin dejar de ser charapa se sentía también chalaco. En 1989 el santo
Papa Juan Pablo II lo nombró obispo coadjutor del Callao, y caminó de la mano
de monseñor Ricardo Durand por 6 años hasta que en 1995 se convirtió en el
nuevo obispo del Primer Puerto.
Sus sandalias no dejaron nunca de asentarse en el arenal. La ciudadela
de Pachacútec comenzó a emerger. Se edificó la Universidad Católica del Callao,
fundó el monasterio Cisterciense y el primer monasterio de Carmelitas
Descalzas, ambos en Ventanilla.
Su gran vocación de servicio conquistó el corazón de los chalacos. Irízar
Campos tenía un solo objetivo: contribuir al desarrollo de una cultura más
justa y solidaria en el Callao, que por esos años vivía convulsionado por la
pobreza y la desigualdad.
Los jóvenes chalacos empezaban a escucharlo. El “Obispo sonriente”
le decían y es que su sonrisa solo dibujaba la alegría de su corazón, pues
siempre promovía el encuentro con Cristo.
Al servicio del bien común
Tras su sensible fallecimiento en la comunidad de Deusto, en Bilbao, al
norte de España, donde residía desde el 2015, la Diócesis del Callao emitió un
comunicado que da cuenta de su principal motivación “impulsar las vocaciones”.
Ordenó a más de 100 sacerdotes incrementando el número de presbíteros en el
Callao, incluso acogió a seminaristas de otras jurisdicciones eclesiásticas
para su formación en el seminario diocesano Corazón de Cristo.
Con su lema episcopal, “Enviado a dar la buena noticia” para los chalacos
fue siempre un pastor muy cercano y sobre todo fiel a su misión. El arenal de
Pachacútec se convirtió en la principal fortaleza de promoción educativa con la
que cuenta hasta hoy el pueblo chalaco. Desde entonces en el lugar se
estableció un gran complejo educativo denominado Centro de estudios y
desarrollo comunitario (CEDEC) hasta donde llegan miles de niños, y jóvenes,
además de familias de escasos recursos para recibir una formación educativa
integral.
A los 11 años el pasionista Irízar había descubierto su inquietud por
servir a los demás entregando su vida, y así lo hizo.
Lucha anticorrupción
“El secreto de la ética pública es la transparencia” proclamaba Irízar
cuando el país convulsionaba tras la presentación de los bochornosos
“vladivideos” entre los años 2000 y 2001. “La educación para la honestidad, y
la probidad es lo que necesitamos para no incurrir en actos de corrupción”
declaró para la prensa peruana, cuando el presidente Valentín Paniagua lo
invitó a presidir la comisión Iniciativa Nacional Anticorrupción.
Tras casi 20 años hoy podemos suscribir sus palabras “la persona que
ingresa en la administración pública debería tener una formación ética, moral y
conducta proba, pues entra a un escenario donde será tentado por el poder y el
dinero”.
Durante su periodo de secretario general de la Conferencia Episcopal
Peruana el país sufría el secuestro de 74 rehenes en la residencia del
embajador del Japón. Irízar pedía la unión entre los peruanos para cerrar filas
con el Gobierno y apoyar la lucha contra las fuerzas subversivas.
Fue miembro del Pontificio Consejo Cor Unum, Presidente de
Caritas del Perú y responsable de la sección de movimientos eclesiales del
departamento de Pastoral Social (DEPAS) hoy Consejo Episcopal Latinoamericano
(CELAM).
El obispo que supo ganarse el corazón de los peruanos descubrió en el
país su segunda patria y es por eso que sus huellas aun permanecen vivas en la
vida de todos los peruanos.
Esther Núñez Balbín
OCTUBRE 11, 2018 15:15TESTIMONIOS DE LA
FE
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