San Pablo De La Cruz (Cuadro Historico, Foto De
Plet-Philippe-Pd)
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El más grande místico italiano del siglo XVIII
«Fundador de los pasionistas. El más grande místico italiano del siglo
XVIII. Consagró su vida a promover la memoria de la Pasión de Cristo; lo
prometió a la Virgen Salus Populi Romani en la basílica
romana de Santa María la Mayor»
En un sermón se produjo lo que denominó su «conversión». Fue en 1713.
Después de escuchar el pasaje evangélico: «Si no os convertís, todos
pereceréis» (Lc13,5), «sintió un impulso irresistible de
darse a una vida santa y perfecta», hizo confesión general, y tomó la
vía penitencial alentado por la oración y lectura de las biografías de los
santos que conocía. Junto a jóvenes afines, promovió una asociación de
asistencia al prójimo; su palabra y ejemplo propició la consagración religiosa
de algunos. Quiso ser mártir de la fe, y durante un año luchó en la cruzada
contra los turcos impulsada por Clemente XI. Viendo que no era su camino,
regresó junto a sus padres y llevó vida de intensa oración y penitencia. En ese
periodo se le presentó un futuro halagüeño a nivel empresarial y personal, con
un ventajoso matrimonio, aunque nada de ello logró seducirle.
En 1720, en sueños, vio el hábito distintivo de la Orden que debía
fundar, y a renglón seguido María le confirmaba que ésta debería tener como
carisma el amor a la Pasión. De ahí brotó su hondo sentimiento: «Ser y hacer
memoria del Crucificado y de los crucificados». Con permiso del obispo de
Alejandría, que le impuso el hábito, se recluyó en un inhóspito y húmedo
trastero de la sacristía de la iglesia de San Carlos, de Castellazzo. Ayunando,
sin apenas descanso, compuso las reglas e inició la redacción de un «Diario
espiritual» que tuvo que escribir por obediencia. Este era su afán: «No
deseo saber otra cosa ni quiero gustar consuelo alguno; solo deseo estar
crucificado con Jesús».
Viviendo en soledad, emprendió su acción apostólica en zonas
circundantes. Los destinatarios eran los niños a los que catequizaba. Difundió
las Misiones Populares en el entorno con grandes frutos. Entre las primeras
vocaciones hubo abandonos de los que pensaron que no podrían sobrellevar el
rigor de la regla. Pero él siguió predicando, crucifijo en mano, con los brazos
extendidos. Colocaba al lado una cruz de grandes proporciones y se dirigía al
Crucificado. En su táctica apostólica, ensamblada con la fe, no había lugar
para falsos pudores humanos. Cuando observaba que los corazones no se encendían
ante el relato de los sufrimientos del Redentor, él mismo se infligía azotes
ante el auditorio. A veces, aparecía con una corona de espinas en la cabeza.
Había escrito: «el camino más corto para llegar a la santidad es el
perderse enteramente en el abismo del sufrimiento del Salvador».Todo lo que
tenía de inflexible a la hora de invitar a los pecadores a la conversión
radical, se trocaba en comprensión y paciencia cuando los recibía en confesión;
los animaba y confortaba haciéndoles ver la viabilidad de la perfección. Era
claro en sus apreciaciones: «Si queréis, llevad un collar de perlas
cuando salgáis, pero recordad que Jesús ha llevado una cuerda y una cadena al
cuello».
En 1721 llegó a Roma soñando en la aprobación pontificia de la regla,
pero fue tratado despóticamente por la guardia. Luego, ante la Virgen Salus
Populi Romani,en la basílica de Santa María la Mayor, prometió «dedicarse
a promover en los fieles la devoción a la Pasión de Cristo y empeñarse en
reunir compañeros para hacer esto mismo». Su hermano carnal, Juan Bautista,
se unió a él en Castellazzo; le acompañó en las misiones y fue su confesor
hasta su muerte. En una ocasión hubo entre ellos un malentendido, y el santo le
retiró la palabra. Tres días más tarde se postró de rodillas ante él y le pidió
perdón. Después de intentos infructuosos para fundar, ambos se trasladaron a
Roma; trabajaron en el hospital de San Gallicano. Fueron ordenados sacerdotes
en 1727 por Benedicto XIII, quien les autorizó a fundar. Se instalaron en Monte
Argentario y allí florecieron las vocaciones dando lugar al primer convento que
se abrió en 1737.
Suavizada la regla por una comisión cardenalicia, Benedicto XIV la
reconoció en 1741. En su carisma se hallaba la predilección por los pobres,
aunque la idea rectora era infundir en todos el amor a Cristo crucificado ya
que con él quedaría erradicada toda injusticia promovida por el pecado. «Cuando
cometáis una falta, humillaos delante de Dios con profundo arrepentimiento, y
luego, con un acto de gran confianza lanzad vuestra culpa al océano de su
inmensa bondad». «Los sufrimientos de Jesús deben ser las joyas de nuestro
corazón». «Cuando estéis angustiados por temores y dudas, decid a Jesús
crucificado: ¡Oh, Jesús, amor de mi corazón, yo creo en ti, espero en ti, te
amo sólo a ti!». Como no podía ser menos en alguien que amaba al
Crucificado, tenía gran devoción por María que transmitió: «Rogad a María
que bañe vuestro corazón con sus lágrimas dolorosas, con el fin de que tengáis
un continuo recuerdo de la Pasión de Jesús y de sus penas maternales».
En 1771 fundó las Hermanas Pasionistas. En 1772 vio que se acercaba su
muerte, solicitó la bendición del papa y éste le dijo que la Iglesia lo
necesitaba. Tres años más tarde, el 18 de octubre de 1775, se apagó su vida.
Dejaba atrás más de una decena de casas abiertas, dos centenares de misiones,
80 ejercicios espirituales e incontables conversiones. Había recibido el don de
profecía y de milagros. Pío IX lo beatificó el 1 de mayo de 1853, y lo canonizó
el 29 de junio de 1867.
OCTUBRE 18, 2018 22:03TESTIMONIOS DE LA
FE
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