Virgen Santísima Inmaculada y Madre mía María, a Vos, que
sois la Madre de mi Señor, la Reina del mundo, la abogada, la esperanza, el
refugio de los pecadores, acudo en este día yo, que soy el más miserable de
todos. Os venero, ¡oh gran Reina!, y os doy las gracias por todos los favores
que hasta ahora me habéis hecho, especialmente por haberme librado del
infierno, que tantas veces he merecido. Os amo, Señora amabilísima, y por el
amor que os tengo prometo serviros siempre y hacer cuanto pueda para que
también seáis amada de los demás. Pongo en vuestras manos toda mi esperanza,
toda mi salvación; admitidme por siervo vuestro, y acogedme bajo vuestro manto,
Vos, ¡oh Madre de misericordia! Y ya que sois tan poderosa ante Dios, libradme
de todas las tentaciones o bien alcanzadme fuerzas para vencerlas hasta la
muerte. Os pido un verdadero amor a Jesucristo. Espero de vos tener una buena
muerte; Madre mía, por el amor que tenéis a Dios os ruego que siempre me
ayudéis, pero más en el último instante de mi vida. No me dejéis hasta que me
veáis salvo en el cielo para bendeciros y cantar vuestras misericordias por
toda la eternidad. Así lo espero. Amén.
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