Hoy, ante las pueriles pretensiones de notoriedad de los
Apóstoles, Jesús opone su responsabilidad divina: Él ha querido
"expiar" (pagar) por nuestros pecados. En la Pasión, toda la suciedad
del mundo entra en contacto con el inmensamente Puro, con el alma de
Jesucristo, Hijo de Dios. Si lo habitual es que lo impuro, con el contacto,
contagie lo que es puro, aquí tenemos lo contrario.
En este contacto, la suciedad del mundo es realmente
anulada, transformada mediante el dolor del amor infinito. Pero, ¿acaso no es
un "Dios cruel" el que exige una expiación infinita? La realidad del
mal que deteriora el mundo y contamina la imagen de Dios, es una realidad que
existe, y por culpa nuestra. No puede ser simplemente ignorada, tiene que ser
eliminada. No es que un Dios cruel exija algo infinito; es justo lo contrario:
Dios mismo se pone como lugar de reconciliación y, en su Hijo, toma el
sufrimiento sobre sí.
—Dios mismo introduce en el mundo el don de su infinita
pureza.
Comentario: REDACCIÓN evangeli.net (elaborado a partir de
textos de Benedicto XVI) (Città del Vaticano, Vaticano).
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