Del Catecismo:
1830 La vida moral de los cristianos
está sostenida por los dones del Espíritu Santo.
Estos son disposiciones permanentes que hacen al hombre
dócil para seguir los impulsos del Espíritu Santo.
1831 Los siete dones del Espíritu Santo son: sabiduría, inteligencia, consejo,
fortaleza, ciencia, piedad y temor de Dios. Pertenecen en plenitud a Cristo,
Hijo de David (cf Is 11, 1-2).
Completan y llevan a su perfección las virtudes de quienes
los reciben. Hacen a los fieles dóciles para obedecer con prontitud a las
inspiraciones divinas.
Tu espíritu bueno me guíe por una tierra llana (Sal
143,10).
Todos los que son guiados por el Espíritu de Dios son
hijos de Dios... Y, si hijos, también herederos; herederos de Dios y
coherederos de Cristo (Rm 8,14.17)
Los dones del Espíritu Santo son hábitos sobrenaturales
infundidos por Dios en las potencias del alma para recibir y secundar con
facilidad las mociones del propio Espíritu Santo al modo divino o sobrehumano.
Los dones son infundidos por Dios. El alma no podría
adquirir los dones por sus propias fuerzas ya que transcienden infinitamente
todo el orden puramente natural. Los dones los poseen en algún grado todas
las almas en gracia. Es incompatible con el pecado mortal.
El Espíritu Santo actúa los dones directa e inmediatamente
como causa motora y principal, a diferencia de las virtudes infusas que son
movidas o actuadas por el mismo hombre como causa motora y principal, aunque
siempre bajo la previa moción de una gracia actual.
Los dones perfeccionan el acto sobrenatural de las virtudes infusas.
Por la moción divina de los dones, el Espíritu Santo,
inhabitante en el alma, rige y gobierna inmediatamente nuestra vida
sobrenatural. Ya no es la razón humana la que manda y gobierna; es el Espíritu
Santo mismo, que actúa como regla, motor y causa principal única de nuestros
actos virtuosos, poniendo en movimiento todo el organismo de nuestra vida
sobrenatural hasta llevarlo a su pleno desarrollo.
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