En aquel tiempo,
Jesús y sus discípulos se marcharon de la montaña y atravesaron Galilea; no
quería que nadie se enterase, porque iba instruyendo a sus discípulos. Les
decía:
–El Hijo del Hombre va a ser entregado en manos de los hombres, y lo matarán; y después de muerto, a los tres días resucitará.
Pero no entendían aquello, y les daba miedo preguntarle.
Llegaron a Cafarnaún, y una vez en casa, les preguntó:
–¿De qué discutíais por el camino?
Ellos no contestaron, pues por el camino habían discutido quién era el más importante. Jesús se sentó, llamó a los Doce y les dijo:
–El Hijo del Hombre va a ser entregado en manos de los hombres, y lo matarán; y después de muerto, a los tres días resucitará.
Pero no entendían aquello, y les daba miedo preguntarle.
Llegaron a Cafarnaún, y una vez en casa, les preguntó:
–¿De qué discutíais por el camino?
Ellos no contestaron, pues por el camino habían discutido quién era el más importante. Jesús se sentó, llamó a los Doce y les dijo:
Y acercando a un niño, lo puso en medio de ellos, lo abrazó y les dijo:
–El que acoge a un niño como éste en mi nombre, me acoge a mí; y el que me acoge a mí, no me acoge a mí, sino al que me ha enviado.
Pautas para la homilía
El camino ascendente hacia Jerusalén
Se
oye decir en más de una ocasión que no corren vientos favorables para los
cristianos. Puede que así sea. Pero, ¿no se nos recuerda en la 1ª lectura la
suerte que corrieron los judíos fieles de Alejandría, blanco de los sarcasmos y
persecuciones de los renegados y de sus aliados paganos? ¿No remite este texto
proféticamente hacia la pasión y muerte de Cristo? ¿Dónde radican los orígenes
cristianos? La incomprensión de Jesús, centrado en formar a sus discípulos,
constituye precisamente una de las vetas que surca todo el evangelio de Mc.
También
hoy en día cuesta acoger el anuncio de la Pasión cuando llegan desde afuera
determinados prejuicios y recelos, críticas infundadas o desmesuradas,
actitudes y decisiones contrarias al sentir religioso del pueblo de Dios. El
cristiano ha de aprender a convivir con situaciones semejantes. La subida a
Jerusalén, misterio de muerte y vida, comporta asumir con entereza y sin
victimismos el mensaje nuclear del Sermón del Monte: “Bienaventurados seréis
cuando os injurien y os persigan y digan con mentira toda clase de mal contra
vosotros por mi causa. Alegraos y regocijaos, porque vuestra recompensa será
grande en los cielos; pues de la misma manera persiguieron a los profetas
anteriores a vosotros” (Mt 5,11-12; Lc 6,22-23.26). Quienes hemos sido
sepultados por el bautismo en la muerte de Jesús (Rm 6,4), ¿no habremos de
sopesar nuestras actuaciones, sospechar y dudar de nosotros mismos cuando nos
halagan y aplauden, cuando todo marcha viento en popa? Escuchemos al Apóstol:
“Nos gloriamos hasta en las tribulaciones, sabiendo que la tribulación engendra
la paciencia; la paciencia, virtud probada; la virtud probada, esperanza, y la
esperanza no falla, porque el amor de Dios ha sido derramado en nuestros
corazones por el Espíritu Santo que nos ha sido dado” (Rm 5,3-5).
Preguntas para el camino
En
el camino de la vida surgen a veces e inesperadamente determinadas preguntas
que suelen ser más clarificadoras que muchas respuestas: “¿De qué discutíais
por el camino?” Además de sorprender a sus seguidores, la pregunta de Jesús
puso de manifiesto, como el relámpago en la oscuridad del horizonte, las
motivaciones e intenciones que anidaban en su interior. Ensimismados en sus
fantasiosas cavilaciones, recorrían los alegres parajes de los alrededores del
lago de Galilea haciendo cálculos sobre los primeros puestos en el Reino. Por
eso, al ser sorprendidos y cuestionados, no les cupo otra que “callar”,
avergonzados por su actitud.
Sería
más tarde cuando cayeron en la cuenta de que les esperaba la dura ascensión
hacia Jerusalén. ¿Qué hacer cuando todo se pone cuesta arriba, el sol aprieta y
parecen agotarse las fuerzas? ¿Cómo afrontar la frágil soledad de quien
transita por senderos accidentados y desconocidos, expuestos a toda suerte de
peligros, y echando en falta la mano amiga y samaritana del prójimo? (Lc
10,29-37). Los exploradores enviados por Moisés como avanzadilla para otear
sobre el terreno la posible entrada en la tierra prometida del país cananeo,
testificaron claramente las dificultades que entrañaba su empresa: “La gente
que hemos visto allí son todos ellos gigantes. Nosotros nos veíamos ante ellos
como saltamontes, y eso mismo les parecíamos a ellos” (Nm 13,32-33).
La
vida discurre su cauce con preguntas cada vez más pertinentes y comprometidas,
difíciles de sortear y eludir. El ir tomando conciencia de las mismas, no solo
ayuda a asumir y emprender con mayor realismo y coraje la subida de la montaña
sino que propicia el terreno idóneo para fraguar y fortalecer la verdadera
esperanza cristiana.
El camino de la sabiduría cristiana
La
sabiduría práctica de Jesús, inmejorable guía y maestro de vida, queda de
manifiesto en la escena evangélica: el gesto por así decir sacramental de la
acogida simbólica de un niño, gesto significativo acompañado de las siguientes
palabras: “Quien reciba a un niño como éste en mi nombre, a mí me recibe; y el
que me reciba a mí, no me recibe a mí sino a Aquel que me ha enviado”. Es esa sencilla y
expresiva actitud de sincero servicio a los más humildes y pequeños la que
autentifica la credibilidad del verdadero discípulo: “Quien quiera ser el
primero, ha de ser el último y servidor de todos”. ¿Qué mejor tarjeta de presentación que el
compromiso cristiano con esta nueva escala de valores instaurada por
Jesús?
Si
es el niño quien ha de ocupar el centro de la vida comunitaria, ¿dónde queda el
protagonismo de la ambición, el honor y la grandeza de los primeros puestos? De
ahí la fuerte denuncia del apóstol Santiago, hermano del Señor, a los suyos:
¿Qué sentido tienen entre vosotros las discordias, disensiones y rencillas
intracomunitarias? Para nada se corresponden con la sabiduría proveniente del
evangelio.
La
mirada crítica de Jesús recae directamente sobre sus propios discípulos,
desautorizados por su comportamiento para ejercer la misión a la que han sido
llamados. Lo más pequeño e insignificante a los ojos de los mortales ocupa
paradójicamente el primer lugar a los ojos de Dios. No es el Señor el que está
sentado a la mesa, sino el que sirve.
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