El Papa Se Encuentra Con Los Peregrinos De China © L'Osservatore Romano
Tras el Acuerdo firmado por la Santa Sede y China
(ZENIT – 26 sept. 2018).- Francisco dirige un mensaje de aliento a los
hermanos católicos de China: “En un momento tan significativo para la vida de
la Iglesia, y a través de este breve Mensaje, deseo, sobre todo, aseguraros que
cada día os tengo presentes en mi oración además de compartir con vosotros los
sentimientos que están en mi corazón”.
En este contexto, el Papa ha hecho un llamamiento esta mañana, 26 de
septiembre de 2018, en la audiencia general: “¡Tenemos una tarea importante!
Estamos llamados a acompañar a nuestros hermanos y hermanas en China con
fervientes oraciones y amistad fraterna. Saben que no están solos. Toda la
Iglesia ora con ellos y por ellos”.
A continuación, ofrecemos el Mensaje íntegro que el Papa Francisco ha
escrito para los católicos chinos y a la Iglesia universal:
***
Mensaje del Papa Francisco
«Su misericordia es eterna, su fidelidad por todas las edades»
(Salmo 100, 5).
(Salmo 100, 5).
Queridos hermanos en el episcopado, sacerdotes, personas consagradas y
todos los fieles de la Iglesia católica en China: damos gracias al Señor,
porque es eterna su misericordia y reconocemos que «él nos hizo y somos suyos,
su pueblo y ovejas de su rebaño» (Sal 100,3).
En este momento resuenan en mi interior las palabras con las que mi
venerado Predecesor os exhortaba en la Carta del 27 de mayo de 2007: «Iglesia
católica en China, pequeña grey presente y operante en la vastedad de un
inmenso Pueblo que camina en la historia, ¡cómo resuenan alentadoras y
provocadoras para ti las palabras de Jesús: “No temas, pequeño rebaño; porque
vuestro Padre ha tenido a bien daros el Reino” (Lc 12,32)! Por
tanto, “alumbre así vuestra luz a los hombres, para que vean vuestras buenas
obras y den gloria a vuestro a Padre que está en el cielo” (Mt 5,16)»
(Benedicto XVI, Carta a los católicos chinos, 27 mayo 2007, 5).
1. En los últimos
tiempos, han circulado muchas voces opuestas sobre el presente y,
especialmente, sobre el futuro de la comunidad católica en China. Soy
consciente de que semejante torbellino de opiniones y consideraciones habrá
provocado mucha confusión, originando en muchos corazones sentimientos
encontrados. En algunos, surgen dudas y perplejidad; otros, tienen la sensación
de que han sido abandonados por la Santa Sede y, al mismo tiempo, se preguntan
inquietos sobre el valor del sufrimiento vivido en fidelidad al Sucesor de
Pedro. En otros muchos, en cambio, predominan expectativas y reflexiones
positivas que están animadas por la esperanza de un futuro más sereno a causa
de un testimonio fecundo de la fe en tierra china.
Dicha situación se ha ido acentuando sobre todo con referencia al
Acuerdo Provisional entre la Santa Sede y la República Popular China que, como
sabéis, se ha firmado recientemente en Pekín. En un momento tan significativo
para la vida de la Iglesia, y a través de este breve Mensaje, deseo, sobre
todo, aseguraros que cada día os tengo presentes en mi oración además de
compartir con vosotros los sentimientos que están en mi corazón.
Son sentimientos de gratitud al Señor y de sincera admiración —que es la
admiración de toda la Iglesia católica— por el don de vuestra fidelidad, de la
constancia en la prueba, de la arraigada confianza en la Providencia divina,
también cuando ciertos acontecimientos se demostraron particularmente adversos
y difíciles.
Tales experiencias dolorosas pertenecen al tesoro espiritual de la
Iglesia en China y de todo el Pueblo de Dios que peregrina en la tierra. Os
aseguro que el Señor, precisamente a través del crisol de las pruebas, no deja
nunca de colmarnos de sus consolaciones y de prepararnos para una alegría más
grande. Con el Salmo 126 tenemos la certeza de que «los que sembraban con
lágrimas cosechan entre cantares» (v. 5).
Sigamos, entonces, con la mirada fija en el ejemplo de tantos fieles y
pastores que no han dudado en ofrecer su “testimonio maravilloso” (cf. 1
Tm 6,13) al Evangelio, hasta el ofrecimiento de la propia vida. Se han
de considerar como verdaderos amigos de Dios.
2. Por mi parte, siempre
he considerado a China como una tierra llena de grandes oportunidades, y al
Pueblo chino como artífice y protector de un patrimonio inestimable de cultura
y sabiduría, que se ha ido acrisolando resintiendo a las adversidades e
integrando las diferencias, y que tomó contacto, no por casualidad, desde
tiempos remotos con el mensaje cristiano. Como decía con gran sutileza el P.
Mateo Ricci, S.J., desafiándonos a vivir la virtud de la confianza, «antes de
establecer una amistad, se necesita observar; después de tenerla, se necesita
confianza mutua» (De Amicitia, 7).
Tengo también la convicción de que el encuentro solo será auténtico y
fecundo si se realiza poniendo en práctica el diálogo, que significa conocerse,
respetarse y “caminar juntos” para construir un futuro común de mayor armonía.
En este surco se coloca el Acuerdo Provisional, que es fruto de un largo
y complejo diálogo institucional entre la Santa Sede y las Autoridades chinas,
iniciado ya por san Juan Pablo II y seguido por el Papa Benedicto XVI. A lo
largo de dicho recorrido, la Santa Sede no tenía —ni tiene— otro objetivo, sino
el de llevar a cabo los fines espirituales y pastorales que le son propios; es
decir, sostener y promover el anuncio del Evangelio, así como el de alcanzar y
mantener la plena y visible unidad de la comunidad católica en China.
Sobre el valor y finalidades de dicho Acuerdo, deseo proponeros algunas
reflexiones, ofreciéndoos además alguna sugerencia de espiritualidad pastoral
para el camino que, en esta nueva fase, estamos llamados a recorrer.
Se trata de un camino que, como la etapa precedente, «requiere tiempo y
presupone la buena voluntad de las partes» (Benedicto XVI, Carta a los
católicos chinos, 27 mayo 2007, 4), pero para la Iglesia, dentro y fuera de
China, no se trata solo de adherirse a valores humanos, sino de responder a una
vocación espiritual: salir de sí misma para abrazar «el gozo y la esperanza, la
tristeza y la angustia de los hombres de nuestro tiempo, sobre todo de los
pobres y de todos los afligidos» (Conc. Ecum. Vat. II, Const. ap. Gaudium
et spes, 1), así como los desafíos del presente que Dios le confía. Por
tanto, es una llamada eclesial para que nos hagamos peregrinos en los caminos
de la historia, confiando ante todo en Dios y en sus promesas, como hicieron
Abrahán y nuestros padres en la fe.
Abrahán, llamado por Dios, obedeció partiendo hacia una tierra
desconocida que tenía que recibir en heredad, sin conocer el camino que se
abría ante él. Si Abrahán hubiera pretendido condiciones, sociales y políticas,
ideales antes de salir de su tierra, quizás no hubiera salido nunca. Él, en
cambio, confió en Dios y por su Palabra dejó su propia casa y sus seguridades.
No fueron pues los cambios históricos los que le permitieron confiar en Dios,
sino que fue su fe auténtica la que provocó un cambio en la historia. La fe, de
hecho, «es fundamento de lo que se espera y garantía de lo que no se ve. Por
ella son recordados los antiguos» (Heb 11,1-2).
3. Como Sucesor de
Pedro, deseo confirmaros en esta fe (cf. Lc 11,32) —en la fe
de Abrahán, en la fe de la Virgen María, en la fe que habéis recibido—, para
invitaros a que pongáis cada vez con mayor convicción vuestra confianza en el
Señor de la historia, discerniendo su voluntad que se realiza en la Iglesia.
Invoquemos el don del Espíritu para que ilumine la mente, encienda el corazón y
nos ayude a entender hacia dónde nos quiere llevar para superar los inevitables
momentos de cansancio y tener el valor de seguir decididamente el camino que se
abre ante nosotros.
Con el fin de sostener e impulsar el anuncio del Evangelio en China y de
restablecer la plena y visible unidad en la Iglesia, era fundamental afrontar,
en primer lugar, la cuestión de los nombramientos episcopales. Todos conocéis
que, lamentablemente, la historia reciente de la Iglesia católica en China ha
estado dolorosamente marcada por las profundas tensiones, heridas y divisiones
que se han polarizado, sobre todo, en torno a la figura del obispo como
guardián de la autenticidad de la fe y garante de la comunión eclesial.
Cuando, en el pasado, se pretendió determinar también la vida interna de
las comunidades católicas, imponiendo el control directo más allá de las
legítimas competencias del Estado, surgió en la Iglesia en China el fenómeno de
la clandestinidad. Dicha experiencia —cabe señalar— no es normal en la vida de
la Iglesia y «la historia enseña que pastores y fieles han recurrido a ella
sólo con el doloroso deseo de mantener íntegra la propia fe» (Benedicto
XVI, Carta a los católicos chinos, 27 mayo 2007, 8).
Quisiera daros a conocer que, desde que me fue confiado el Ministerio
Petrino, he experimentado gran consuelo al constatar el sincero deseo de los
católicos chinos de vivir su fe en plena comunión con la Iglesia universal y
con el Sucesor de Pedro, que es «el principio y fundamento perpetuo y visible
de la unidad, tanto de los obispos como de la muchedumbre de fieles» (Conc.
Ecum. Vat. II, Const. dogm. Lumen gentium, 23). De este deseo, he
recibido durante estos años numerosos signos y testimonios concretos, también
de parte de los que, incluso obispos, han herido la comunión en la Iglesia, a
causa de su debilidad y de sus errores, pero, además, no pocas veces, por la
fuerte e indebida presión externa.
Por lo tanto, después de haber examinado atentamente cada situación
personal y escuchado distintos pareceres, he reflexionado y rezado mucho
buscando el verdadero bien de la Iglesia en China. Finalmente, ante el Señor y
con serenidad de juicio, en continuidad con las directrices de mis Predecesores
inmediatos, he decidido conceder la reconciliación a los siete restantes
obispos “oficiales” ordenados sin mandato pontificio y, habiendo remitido toda
sanción canónica relativa, readmitirlos a la plena comunión eclesial. Al mismo
tiempo, les pido a ellos que manifiesten, a través de gestos concretos y
visibles, la restablecida unidad con la Sede Apostólica y con las Iglesias
dispersas por el mundo, y que se mantengan fieles a pesar de las dificultades.
4. En el sexto año de mi
Pontificado, que ya desde los primeros pasos puse bajo el amor misericordioso
de Dios, invito por lo tanto a todos los católicos chinos a que se hagan
artífices de reconciliación, recordando con renovado empuje apostólico las
palabras de san Pablo: «Dios nos reconcilió consigo por medio de Cristo y nos
encargó el ministerio de la reconciliación» (2 Co 5,18).
De hecho, como escribí al concluir el Jubileo Extraordinario de la
misericordia, «no existe ley ni precepto que pueda impedir a Dios volver a
abrazar al hijo que regresa a él reconociendo que se ha equivocado, pero
decidido a recomenzar desde el principio. Quedarse solamente en la ley equivale
a banalizar la fe y la misericordia divina. […] Incluso en los casos más
complejos, en los que se siente la tentación de hacer prevalecer una justicia
que deriva sólo de las normas, se debe creer en la fuerza que brota de la
gracia divina» (Carta ap. Misericordia et misera, 20 noviembre
2016, 11).
Con este espíritu, y con las decisiones adoptadas, podemos iniciar un
camino inédito, que confiamos en que ayudará a sanar las heridas del pasado, a
restablecer la plena comunión de todos los católicos chinos y a abrir una fase
de mayor colaboración fraterna, para asumir con renovado compromiso la misión
de anunciar el Evangelio. En efecto, la Iglesia existe para dar testimonio de
Jesús y del amor del Padre que perdona y salva.
5. El Acuerdo Provisional
firmado con las Autoridades chinas, aun cuando está circunscrito a algunos
aspectos de la vida de la Iglesia y está llamado necesariamente a ser mejorado,
puede contribuir —por su parte— a escribir esta nueva página de la Iglesia
católica en China. Por primera vez, se contemplan elementos estables de
colaboración entre las Autoridades del Estado y la Sede Apostólica, con la
esperanza de asegurar buenos pastores a la comunidad católica.
En este contexto, la Santa Sede desea hacer lo que le corresponde hasta
el final, pero también vosotros, obispos, sacerdotes, personas consagradas y
fieles laicos, tenéis un papel importante: buscar de forma conjunta buenos
candidatos que sean capaces de asumir en la Iglesia el delicado e importante
servicio episcopal. No se trata, en efecto, de nombrar funcionarios para la
gestión de las cuestiones religiosas, sino de tener pastores auténticos según
el corazón de Jesús, entregados con su trabajo generoso al servicio del Pueblo
de Dios, especialmente de los más pobres y débiles, teniendo en cuenta las
palabras del Señor: «El que quiera ser grande entre vosotros, que sea vuestro
servidor; y el que quiera ser primero, sea esclavo de todos» (Mc 10,43-44).
En este sentido, es evidente que un Acuerdo no es nada más que un
instrumento, y por sí solo no podrá resolver todos los problemas existentes. En
realidad, este resultaría ineficaz y estéril si no fuera acompañado por un
compromiso profundo de renovación de la conducta personal y del comportamiento
eclesial.
6. A nivel pastoral, la
comunidad católica en China está llamada a permanecer unida, para superar las
divisiones del pasado que tantos sufrimientos han provocado y lo siguen
haciendo en el corazón de muchos pastores y fieles. Que todos los cristianos,
sin distinción, hagan ahora gestos de reconciliación y de comunión. En este
sentido, tomemos en serio la advertencia de san Juan de la Cruz: «A la tarde te
examinarán en el amor» (Palabras de luz y de amor, 1,60).
Que, en el ámbito civil y político, los católicos chinos sean buenos
ciudadanos, amen totalmente a su Patria y sirvan a su País con esfuerzo y
honestidad, según sus propias capacidades. Que, en el plano ético, sean
conscientes de que muchos compatriotas esperan de ellos un grado más en el
servicio del bien común y del desarrollo armonioso de la sociedad entera. Que
los católicos sepan, de modo particular, ofrecer aquella aportación profética y
constructiva que ellos obtienen de su fe en el reino de Dios. Esto puede
exigirles también la dificultad de expresar una palabra crítica, no por inútil
contraposición, sino con el fin de edificar una sociedad más justa, más humana
y más respetuosa con la dignidad de cada persona.
7. Me dirijo a todos
vosotros, queridos hermanos obispos, sacerdotes y personas consagradas, que
«servís al Señor con alegría» (Sal 100,2). Que nos reconozcamos
como discípulos de Cristo en el servicio al Pueblo de Dios. Que vivamos la
caridad pastoral como brújula de nuestro ministerio. Que superemos las
contradicciones del pasado, la búsqueda de intereses personales y atendamos a
los fieles, haciendo nuestras sus alegrías y sufrimientos. Que trabajemos
humildemente por la reconciliación y la unidad. Que retomemos con fuerza y
pasión el camino de la evangelización, como señaló el Concilio Ecuménico
Vaticano II.
A todos vosotros os digo nuevamente con afecto: «Nos moviliza el ejemplo
de tantos sacerdotes, religiosas, religiosos y laicos que se dedican a anunciar
y a servir con gran fidelidad, muchas veces arriesgando sus vidas y ciertamente
a costa de su comodidad. Su testimonio nos recuerda que la Iglesia no necesita
tantos burócratas y funcionarios, sino misioneros apasionados, devorados por el
entusiasmo de comunicar la verdadera vida. Los santos sorprenden, desinstalan,
porque sus vidas nos invitan a salir de la mediocridad tranquila y
anestesiante» (Exhort. ap. Gaudete et exsultate, 19
marzo 2018, 138).
Os ruego con convicción que pidáis la gracia de no vacilar cuando el
Espíritu nos reclame que demos un paso adelante: «Pidamos el valor apostólico
de comunicar el Evangelio a los demás y de renunciar a hacer de nuestra vida
cristiana un museo de recuerdos. En todo caso, dejemos que el Espíritu Santo
nos haga contemplar la historia en la clave de Jesús resucitado. De ese modo la
Iglesia, en lugar de estancarse, podrá seguir adelante acogiendo las sorpresas
del Señor» (ibíd., 139).
8. En este año, en el que
toda la Iglesia celebra el Sínodo de los Jóvenes, deseo dirigirme especialmente
a vosotros, jóvenes católicos chinos, que atravesáis las puertas de la Casa del
Señor «con himnos dándole gracias y bendiciendo su nombre» (Sal 100,4).
Os pido que colaboréis en la construcción del futuro de vuestro País con los
dones personales que habéis recibido y con vuestra fe joven. Os animo a llevar
a todos, con vuestro entusiasmo, la alegría del Evangelio.
Estad dispuestos a acoger como guía segura al Espíritu Santo, que indica
al mundo de hoy el camino hacia la reconciliación y la paz. Dejaos sorprender
por la fuerza renovadora de la gracia, también cuando os pueda parecer que el
Señor os pide un compromiso superior a vuestras fuerzas. No tengáis miedo de
escuchar su voz que os pide fraternidad, encuentro, capacidad de diálogo y de
perdón, y espíritu de servicio, a pesar de tantas experiencias dolorosas del
pasado reciente y de las heridas todavía abiertas.
Abrid el corazón y la mente para discernir el plan misericordioso de
Dios, que nos pide superar los prejuicios personales y antagonismos entre los
grupos y las comunidades, para abrir un camino valiente y fraterno a la luz de
una auténtica cultura del encuentro.
Muchas son las tentaciones de hoy: el orgullo del éxito mundano, la
cerrazón en las propias certezas, la supremacía dada a las cosas materiales
como si Dios no existiese. Id contracorriente y permaneced firmes en el Señor:
«Él solo es bueno», solo «su misericordia es eterna», solo su fidelidad dura
«por todas las edades» (Sal 100,5).
9. Queridos hermanos y
hermanas de la Iglesia universal: todos debemos reconocer como uno de los
signos de nuestro tiempo lo que está sucediendo hoy en la vida de la Iglesia en
China. Tenemos una tarea importante: acompañar con la oración fervorosa y la
amistad fraterna a nuestros hermanos y hermanas en China. De hecho, ellos deben
experimentar que no están solos en el camino que en este momento se abre ante
ellos. Es necesario que sean acogidos y ayudados como parte viva de la Iglesia:
«Ved qué dulzura, qué delicia, convivir los hermanos unidos» (Sal133,1).
Que cada comunidad católica local, en todo el mundo, se comprometa a
valorizar y a acoger el tesoro espiritual y cultural específico de los
católicos chinos. Ha llegado la hora en que probemos juntos los frutos genuinos
del Evangelio sembrado en el seno del antiguo “Reino del Medio” y que elevemos
al Señor Jesucristo el canto de la fe y de la acción de gracias, embellecido
con auténticas notas chinas.
10. Me dirijo con respeto a los que guían
la República Popular China y renuevo la invitación a continuar el diálogo
iniciado hace tiempo con confianza, valentía y amplitud de miras. Deseo
asegurar que la Santa Sede seguirá trabajando sinceramente para crecer en la
auténtica amistad con el Pueblo chino.
Los contactos actuales entre la Santa Sede y el Gobierno chino se están
revelando útiles para superar las contraposiciones del pasado, también
reciente, y para escribir una página de colaboración más serena y concreta en
la certeza de que «las incomprensiones no favorecen ni a las Autoridades chinas
ni a la Iglesia católica en China» (Benedicto XVI, Carta a los
católicos chinos, 27 mayo 2007, 4).
De este modo, China y la Sede Apostólica, llamadas por la historia a una
tarea difícil pero apasionante, podrán actuar más positivamente a favor del
crecimiento ordenado y armonioso de la comunidad católica en tierra china, y se
esforzarán en promover el desarrollo integral de la sociedad, asegurando un
mayor respeto por la persona humana también en el ámbito religioso, trabajando
de forma concreta en la protección del ambiente en el que vivimos y en la
construcción de un futuro de paz y de fraternidad entre los pueblos.
Es de suma importancia que también en China, a nivel local, se
profundicen cada vez más las relaciones entre los Responsables de las
comunidades eclesiales y las Autoridades civiles, mediante un diálogo sincero y
una escucha sin prejuicios que permita superar las actitudes recíprocas de
hostilidad. Se tiene que aprender un estilo nuevo de colaboración sencilla y
cotidiana entre las Autoridades locales y las eclesiásticas —obispos,
sacerdotes, ancianos de las comunidades— de tal modo que se garantice el
desarrollo ordenado de las actividades pastorales, armonizando las expectativas
legítimas de los fieles y las decisiones que son competencia de las
Autoridades.
Esto ayudará a comprender que la Iglesia en China no es ajena a la
historia china, ni pide ningún privilegio: su finalidad en el diálogo con las
Autoridades civiles es la de «llegar a una relación basada en el respeto
recíproco y en el conocimiento profundo» (ibíd.).
11. En nombre de toda la Iglesia, pido al
Señor el don de la paz, a la vez que os invito a todos a invocar conmigo la
protección maternal de la Virgen María.
Madre del cielo, escucha la voz de tus hijos, que humildemente invocan
tu nombre.
Virgen de la esperanza, a ti confiamos el camino de los creyentes en la
noble tierra de China. Te pedimos que presentes al Señor de la historia las
tribulaciones y las fatigas, las súplicas y las esperanzas de los fieles que te
rezan, oh Reina del cielo.
Madre de la Iglesia, te consagramos el presente y el futuro de las
familias y de nuestras comunidades. Protégelas y ayúdalas en la reconciliación
fraterna y en el servicio hacia los pobres que bendicen tu nombre, oh Reina del
cielo.
Consoladora de los afligidos, nos dirigimos a ti para que seas refugio
de los que lloran en la hora de la prueba. Vela sobre tus hijos que alaban tu
nombre, haz que lleven juntos el anuncio del Evangelio. Acompaña sus pasos por
un mundo más fraterno, haz que todos lleven la alegría del perdón, oh Reina del
cielo.
María, Auxilio de los cristianos, te pedimos para China días de
bendición y de paz. Amén.
Vaticano, 26 de septiembre de 2018
FRANCISCO
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