lunes, 17 de septiembre de 2018

Evangelio del día, 17-09-2018 (Vigésimo Cuarta Semana del Tiempo Ordinario, Año Par)


Lectura del santo evangelio según san Lucas 7,1-10

En aquel tiempo, cuando terminó Jesús de hablar a la gente, entró en Cafarnaún. Un centurión tenía enfermo, a punto de morir, a un criado a quien estimaba mucho. Al oír hablar de Jesús, le envió unos ancianos de los judíos, para rogarle que fuera a curar a su criado. Ellos, presentándose a Jesús, le rogaban encarecidamente: «Merece que se lo concedas, porque tiene afecto a nuestro pueblo y nos ha construido la sinagoga.»
Jesús se fue con ellos. No estaba lejos de la casa, cuando el centurión le envió unos amigos a decirle: «Señor, no te molestes; no soy yo quién para que entres bajo mi techo; por eso tampoco me creí digno de venir personalmente. Dilo de palabra, y mi criado quedará sano. Porque yo también vivo bajo disciplina y tengo soldados a mis órdenes, y le digo a uno: "Ve", y va; al otro: "Ven", y viene; y a mi criado: "Haz esto", y lo hace.»
Al oír esto, Jesús se admiró de él y, volviéndose a la gente que lo seguía, dijo: «Os digo que ni en Israel he encontrado tanta fe.» Y al volver a casa, los enviados encontraron al siervo sano.

Reflexión del Evangelio de hoy

¿Qué queréis que os diga? ¿Qué os alabe?

En este capítulo 11, al escribir a los corintios, Pablo sale al paso de una desviación que se está produciendo en la comunidad.  La praxis normal era que en las comunidades primero se compartía la comida y luego se celebraba la cena del Señor. Sin embargo, los corintios han caído en una enorme incoherencia: mientras unos comen en abundancia, otros pasan hambre. ¿Cómo es posible que el ámbito por excelencia de la comunión fraterna este siendo ámbito de injusticia y desigualdad? ¿Cómo puede ocurrir que los que tienen más no compartan y repartan con los que tienen menos? Pablo les hace una pregunta retórica cuya respuesta ya conocen, a fin de interpelarlos: “¿Qué queréis que os diga? ¿Qué os alabe?”
El apóstol exhorta a los corintios a que lo que celebran en la Eucaristía, lo celebren también en la existencia, a que no haya ruptura entre el sacramento y la vida práctica. Así encontramos aquí el testimonio más antiguo (año 57) de las palabras de Jesús en la última cena, unas palabras que el apóstol no considera suyas, sino que se sabe eslabón de la cadena, transmitiendo lo que a su vez ha recibido.
El texto paulino nos interroga: ¿Somos coherentes entre lo que celebramos en el sacramento de la Eucaristía y vivimos en el sacramento de la vida? ¿Las relaciones de comunión que han de generarse en la Eucaristía se traducen en el día a día en el compartir fraterno y solidario con los más pobres?

Jesús se admiró de él

Nos encontramos con un relato de  milagro. Este constituye uno de los signos del Reino que ya ha llegado.  Un centurión aparece en escena preocupado por la salud de su criado. Se deja entrever que lo quiere, puesto que es el amor lo que le hace buscar ayuda. La petición no le llega a Jesús directamente por el oficial romano, como ocurre en Mateo (Mt 8,5-13), sino a través de los ancianos de la ciudad, quienes para convencer a Jesús apelan a los méritos y las bondades del oficial romano respecto al pueblo judío: les tiene afecto y les ha construido la sinagoga.
Jesús, ante la petición, se pone en camino y estando cerca de la casa, el centurión de nuevo le envía emisarios. No sólo no se siente digno de que el Maestro entre en su casa, a fin de no trasgredir la ley judía de ir a casa de un pagano, sino que ni siquiera se sabe meritorio para acudir a él personalmente. Sin embargo, el centurión tiene una profunda convicción interior: una palabra de Jesús será suficiente para la curación de su criado. Argumenta desde la lógica de su propia autoridad con sus soldados, los cuales al recibir una orden del oficial le obedecen. Considera que la palabra de Jesús tiene la autoridad necesaria para hacer obedecer a “sus soldados”, a las “fuerzas hostiles” que causan la enfermedad de su siervo.
Jesús admirado resalta la fe del centurión ante la gente. Un pagano, no conocedor de las promesas de Israel, y por tanto en desventaja respecto al pueblo judío, se fía totalmente del poder de su palabra. Considera que la palabra de Jesús tiene la potestad de hacer real aquello que pronuncia, incluso a distancia.
La palabra de Dios en el Antiguo Testamento tiene una dimensión per-formativa o lo que es lo mismo, tiene el poder de realizar aquello que pronuncia. Ahora la palabra de Jesús aparece con ese mismo poder. Como palabra de Dios que es,  puede llevar a cabo aquello que enuncia. La frase que pronuncia el centurión la pronunciamos cada día en la Eucaristía antes de la comunión: “Señor no soy digno/a de que entres en mi casa pero una palabra tuya bastará para sanarme” ¿Me identifico con el centurión? ¿Tengo la convicción de que la Palabra tiene el poder de generar en mí y en la comunidad aquello que enuncia? ¿Creo que Jesús y su palabra pueden forjar procesos sanadores y liberadores en mí? “Como baja la lluvia desde el cielo , y no vuelven allá, sino después de empapar la tierra, de fecundarla y hacerla germinar para que de semilla al sembrador y pan al que come, así será mi Palabra, no volverá a mi vacía, sino que cumplirá mi deseo y llevara a cabo mi encargo” (Is 55,10-11).

Hna. Mariela Martínez Higueras O.P.
Congregación de Santo Domingo
https://www.dominicos.org/predicacion/evangelio-del-dia/17-9-2018/

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