jueves, 27 de septiembre de 2018

Evangelio del día, 27-09-2018 (Vigésimo Quinta Semana del Tiempo Ordinario, Año Par)


Lectura del santo evangelio según san Lucas 9,7-9
En aquel tiempo, el virrey Herodes se enteró de lo que pasaba y no sabía a qué atenerse, porque unos decían que Juan había resucitado, otros que había aparecido Elías, y otros que había vuelto a la vida uno de los antiguos profetas.
Herodes se decía: «A Juan lo mandé decapitar yo. ¿Quién es éste de quien oigo semejantes cosas?» Y tenía ganas de ver a Jesús.
Reflexión del Evangelio de hoy
“Vaciedad sin sentido; todo es vaciedad”
Si alguien se topase por primera vez con este pasaje del Esclesiastés, sospecho que quedaría sorprendido por su amplio pesimismo. No hay ni una sola expresión con color positivo. “Vaciedad sin sentido, todo es vaciedad… qué saca el hombre de todas sus fatigas que lo fatigan bajo el sol… todas las cosas cansan, nadie es capaz de explicarlas”. Triste, muy triste sería la vida del que pensase así.
Sabemos que estamos ante una lectura del Antiguo Testamento, pero nosotros los cristianos debemos interpretarlo todo, también el Antiguo Testamento, desde Jesús de Nazaret, nuestro Maestro y Señor, nuestro permanente referente. Sabemos que la llegada de Jesús a nuestra tierra supuso “una gran alegría para todo el pueblo”, nos aseguró que había llegado hasta nosotros para darnos “vida y vida en abundancia” y no tristeza y tristeza en abundancia. Se preocupó de marcarnos los caminos que llevan a nuestra felicidad… ahí están los ocho camino que nos indica en sus bienaventuranzas, justamente para que seamos bienaventurados, felices, en nuestro complicado vivir terreno. Nos promete una alegría que “nada ni nadie será capaz de arrebatarnos” y no asegura que nuestra vida va a terminar bien, y que el mal, que a veces nos visita en esta vida, va a ser vendido para siempre. “Venid, benditos de mi Padre a disfrutar del reino preparado para vosotros desde la creación del mundo”.   
Nos encontramos con el famoso y pesimista inicio del libro del Eclesiastés. Resalta sólo la parte negativa de la existencia humana. Ve la botella medio vacía y no medio llena. Dice algunas verdades y se calla otras muchas más positivas. Lo cierto es que si alguien hace suyas las palabras de este pasaje… tiene muchas papeletas para vivir deprimido. Conviene recordar que el Antiguo Testamento hay que interpretarlo a la luz de Jesús y su evangelio. Nunca vemos a Jesús pronunciando estas palabras del Eclesiastés. Su venida fue “una alegría para todo el pueblo”, sus palabras contenían vida y no tristeza y nos vino a regalar vida abundante para nuestra existencia terrena, y vida plena y total felicidad para después de nuestra muerte.    
“Y tenía ganas de verlo”
Desde el principio de su predicación, Jesús empezó a tener fama. Su hablar sonaba distinto al de otros predicadores, sus enseñanzas sobre Dios, un Dios Padre y nada de juez severo, que nos hace a todos los hombres hijos suyos y que tiene siempre levantada su manos para perdonar nuestros desvaríos y despistes hasta setenta veces, su trato preferencial a los pobres, a los enfermos que acudían a él para ser curados de sus dolencias, sus milagros en favor de los que le seguían, sus recriminaciones a los que se creían más que los demás, sus promesas de vida y felicidad eternas para después de nuestra muerte… En más de una ocasión, el evangelio recoge que después de una actuación y predicación de Jesús, muchos quedaban asombrados y decían, “pero ¿quién es este?”.  
También al virrey Herdoes, el que mandó decapitar a Juan el Bautista, le llegó la fama de Jesús. “Y tenía ganas de verlo”. Pero bien sabemos que su deseo de verlo no pasaba de la mera curiosidad o del temor a que este nuevo profeta le pudiese echar en cara la muerte de Juan. No quería verlo para escuchar limpiamente su palabra, con la posibilidad de cambiar de vida y apuntarse a lo que Jesús, como Hijo de Dios, proponía… No entraba en los cálculos de Herodes hacerse seguidor de Jesús.
A propósito de lo que acabamos de decir, nos prodemos preguntar, con ánimo sereno, si des`pues de eseguir a Jesús, cada uno dirá desde cjuando,  seguimos con la ilusión de ver a Jesús, de escuchar su voz… porque cada día estamos más convenmcido de que seguir sus pasos en ña mejor manera de vicir nuestra vida y lldenarla de ilusión y de espefranza.
El predicador Jesús, muy distinto del predicador de Eclesiastés, empezaba a tener fama por sus palabras especiales, por su curaciones, por su hablar distinto de los predicadores habituales, por su amor especial a los pobres, los afligidos, por sus promesas de felicidad para esta vida y para la otra… Su fama llegó al virrey Herodes, el que mandó decapitar a Juan. “Y tenía ganas de verlo”.
Pero bien sabemos que su deseo de verlo no pasaba de la mera curiosidad o del temor a que este nuevo profeta le pudiese echar en cara la muerte de Juan. Nunca su actitud fue la del “limpio de corazón”, del que está dispuesto a oír lo que dice Jesús y si descubre que sus palabras y sus propuestas son especiales, llevan al sentido y a la esperanza, cambia de vida. Por lo que sabemos, Herodes no tenía intención de cambiar de vida. La pregunta que nos podemos hacer, sin sobresaltos, sin temores, pero sí con ánimo de cambiar lo que necesitamos cambiar… es ¿por qué nosotros tenemos ganas de ver y oír a Jesús?
San Vicente de Paúl nació en Aquitania (1581) y murió en París (1600). Fundó la Congregación de la Misión  para el servicio de los pobres, y también, con la ayuda de Santa Luisa de Marillac, la Congregación de la Hijas de la Caridad. “El servicio a los pobres ha de ser preferido a todo, y hay que prestarlo sin demora. Por esto, si en el momento de la oración hay que llevar a algún pobre un medicamento o un auxilio cualquiera, id con el ánimo bien tranquilo y haced lo que convenga, ofreciéndolo a Dios como una prolongación de la oración”.  

Fray Manuel Santos Sánchez
Convento de Santo Domingo (Oviedo)
https://www.dominicos.org/predicacion/evangelio-del-dia/27-9-2018/

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