domingo, 16 de septiembre de 2018

XXIV Domingo del Tiempo Ordinario, 16-09-2018 Ciclo B, Año Par

Lectura del santo Evangelio según San Marcos 8, 27-35
En aquel tiempo, Jesús y sus discípulos se dirigieron a las aldeas de Cesarea de Felipe; por el camino preguntó a sus discípulos:
–¿Quién dice la gente que soy yo?
Ellos le contestaron:
–Unos, Juan Bautista; otros, Elías, y otros, uno de los profetas. Él les preguntó:
–Y vosotros, ¿quién decís que soy yo?
Pedro le contesto:
–Tú eres el Mesías.
Él les prohibió terminantemente decírselo a nadie.
Y empezó a instruirlos:


–El Hijo del Hombre tiene que padecer mucho, tiene que ser condenado por los senadores, sumos sacerdotes y letrados, ser ejecutado y resucitar a los tres días.
Se lo explicaba con toda claridad. Entonces Pedro se lo llevó aparte y se puso a increparlo. Jesús se volvió, y de cara a los discípulos increpó a Pedro:
–¡Quítate de mi vista, Satanás ! ¡Tú piensas como los hombres, no como Dios!
Después llamó a la gente y a sus discípulos y les dijo:
–El que quiera venirse conmigo, que se niegue a sí mismo, que cargue con su cruz y me siga. Mirad, el que quiera salvar su vida, la perderá; pero el que pierda su vida por el Evangelio, la salvará.

 

Pautas para la homilía

El texto evangélico que nos presenta Marcos nos da un sinfín de pautas y modos para elaborar nuestra respuesta:

Jesús, “saliendo de donde estaba con sus discípulos”

Quizás sea una buena forma de conocernos y de conocerLE. Cuando nos enfrentamos a situaciones nuevas, a experiencias distintas, cuando salimos de nosotros mismos, nos redescubrimos. Cuando derribamos los miedos antropológicos, sociales y eclesiales que nos atan y nos separan a unos de otros, atrincherados en clichés de pensamiento y de ‘modus vivendi’, generamos oportunidades de compartir y recolocar la mirada sobre nuestro yo, sobre nuestros “tús” y, sobre todo, sobre ÉL.

Por el camino

Porque no se trata solo de pararse Se trata de ir viviendo, de hacer camino. De darnos la oportunidad de ser interpelados (eso supone el camino, ponerse en la liminaridad de la vida) en lo que somos y en lo que nos define como cristianos. Sugerente resulta que se dirija a Cesarea de Filipo, centro romano por antonomasia, multitud de gentiles… La primera confesión de fe de la historia cristiana y va a producirse extramuros del pueblo elegido. La segunda, como saben, será la ofrecida por un soldado romano a los pies de la cruz (Mc 15,39). Benedicto XVI ya señaló aquello del espacio a compartir con los gentiles, ¿lo recordamos? No vaya a ser que quien menos pensemos reconozca mejor que muchos de nosotros el paso del Señor Jesús por la vida, por la historia, por el cotidiano…

¿Quién dice la gente que soy yo?

Y hasta aquí todo sería fácil. Porque no me digas a mí que no es sencillo eso de responder lo que los demás dicen de las personas o del mismo Cristo; no me digas a mí lo sencillo que resulta ese constante repetir respuestas de manual, tan redondeadas como exentas de la suficiente implicación personal. Se trata, con otras palabras, de la dictadura de lo provisorio, de lo que parece, de la falta de crítica, de la escasa profundidad que practicamos en nuestro vivir y en nuestras relaciones. Y claro, esto nunca es suficiente para tener el arrojo y la desvergüenza de encasillar el qué, el cómo y, sobre todo, el quién es alguien. Mucho menos Cristo, el Señor. Dicho esto, y sin ser harina de otro costal, también “nuestros decires” sobre Jesús, condicionan, muchas veces, el acercamiento personal al Cristo de la fe por parte de otras personas.

Y vosotros, ¿quién decís que soy yo?

Esto ya es más complicado. Porque, afirmar quién es alguien para mí, es otorgarle un lugar en mi existencia y hasta una vinculación conmigo mismo. Es reconocerle como ser único y reconocer la posible importancia que tiene en mi vida. Es suponer que le conozco lo suficiente como para decir quién es. ¿Osaremos? Se trata de volver a Jesús de Nazaret. Se trata de escucharLE. Se trata de poner en solfa hasta qué punto hemos compartido su vida, sus amores, sus pasiones, sus desvelos, su entrega…. ¿cuánto he compartido con Él como para atreverme a decir quién es?

Una declaración con final hollywoodiense...

Sería lo mejor. Que nuestro Señor triunfase. Que todo saliera a pedir de boca. Que reconocer la soberanía de Cristo en mi vida fuera un camino de éxitos y triunfos; como cuando multiplicaba el pan y los peces o curaba a los enfermos (se oyen aplausos…) Pero no. Jesús, tras la inmediata confesión de fe de Pedro, nos pone en guardia sobre lo que supone hacer de Cristo la razón de nuestro vivir: tocará sufrir, no nos entenderán, seremos rechazados, será ejecutado, un escandalo en toda regla… y a pesar de ello habremos de seguir profesando esa confesión de fe.

Pedro se puso a increparlo

Como hacemos muchos cuando no soportamos el escandalo de la cruz o el silencio de Dios ante el dolor de quien amamos…. Es la herejía de pretender enmendarle a Dios la plana; programarle en el cómo y en el cuándo ha de hacer las cosas. Es no reconocer el MISTERIO de DIOS. “Si lo entiendes, no es Dios”, dirá San Anselmo.

Las matemáticas de Dios: tú piensas como los hombres, no como Dios

Las cuentas no nos salen: donde yo multiplico, Dios divide; donde junto, Él separa y desparrama. ¡Qué difícil tornar nuestro modus operandi terrenal en el modus operandi de la gracia y de la gratuidad! ¡Cuán pequeño he de hacerme para asomarme siquiera al misterio insondable que me revela Cristo de Dios! Se trata de reconocer el misterio.

Negarse, tomar la cruz, perder la vida

Y claro esta regla de vida… no es precisamente lo que uno busca. Y, sin embargo, es este trio actitudinal el que da respuesta a la carta de Santiago en la segunda lectura. Nuestra fe son obras que pasan:
     - por no anteponer nada al amor de Cristo encarnado en los más vulnerables y subyugados de la historia humana (negarse)
     - por ir aliviando compasivamente la cruz que cargamos unos y otros, y no ser nosotros quienes impongamos cruces a nadie; pasa por asumir la vida con lo más débil de la misma que Dios tornará en lo más fuerte (tomar la cruz)
    - por entregar nuestra propia vida como el grano que muere dando fruto, siendo alimento para otros: “dejaos comer por la gente”, decía la Madre Teresa de Calcuta a unos sacerdotes (perder la vida)

El Señor me ayuda

Lo repite Isaías en la primera lectura. Todo este vivir evangélico nacido de la confesión de fe en Cristo, sólo es posible con la ayuda de Dios; es decir contando con Dios, no utilizando a Dios.
Y vosotros, ¿quién decís que soy yo? No es sólo una cuestión teológica, es ante todo una opción vital que vehicula nuestro vivir con Cristo y para los hermanos.



Fr. Ismael González Rojas
Real Convento de Predicadores (Valencia)
https://www.dominicos.org/predicacion/homilia/16-9-2018/pautas/

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