Hoy Cristo reclama nuestra obediencia. La "Carta a
los Hebreos" califica el culto del Antiguo Testamento como
"sombra" a la vista de la insuficiencia de los sacrificios de
animales, que Dios no necesita y en los que el hombre no da a Dios lo que Él
podría esperar del hombre. La auténtica veneración a Dios se encuentra en la
vida marcada por su Palabra y dentro de ella.
Sin embargo, nuestra obediencia es siempre deficiente.
Nuestra moralidad personal no basta para venerar a Dios correctamente. Por eso,
el Hijo se hizo carne y asumió un cuerpo humano, haciendo posible una nueva
forma de obediencia, que va más allá de todo cumplimiento humano de los
Mandamientos. En su Cuerpo, Jesucristo devuelve a Dios toda la humanidad. Sólo
en el Verbo que se ha hecho carne, cuyo amor se cumple en la Cruz, es perfecta
la obediencia.
—Jesús, tú que eres Dios hecho carne, llévanos contigo a
todos y ofrece lo que no podríamos dar solamente por nosotros mismos.
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