Hoy, vista la injusta actuación del "príncipe",
nos preguntamos: ¿hasta dónde debemos obedecer al poder político? El cristiano
está vinculado al orden jurídico estatal como a un ordenamiento moral. Pero si
el Estado castiga el "ser cristiano" como tal, entonces no ejerce el
poder como garante, sino como destructor del Derecho. En este caso no es una
vergüenza, sino un honor, ser castigados. Quien sufre por este motivo se coloca
tras las huellas de Cristo.
Jesucristo crucificado indica los límites del poder
estatal y muestra dónde acaban sus derechos y se hace necesario resistir en
medio del sufrimiento. La fe del Nuevo Testamento no conoce revolucionarios,
sino mártires: ellos reconocen la autoridad del Estado, pero conocen también
sus límites. Su resistencia consiste en que hacen todo lo que está al servicio
del Derecho y de la comunidad (aunque provenga de autoridades extrañas u
hostiles a la fe), pero no obedecen cuando se les manda hacer el mal.
—Señor-Rey nuestro, te rezamos por las autoridades y a ti te
adoramos.
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