Día litúrgico: Jueves XXII del tiempo ordinario
Texto del Evangelio (Lc 5,1-11): En aquel tiempo,
estaba Jesús a la orilla del lago Genesaret y la gente se agolpaba sobre él
para oír la Palabra de Dios, cuando vio dos barcas que estaban a la orilla del
lago. Los pescadores habían bajado de ellas, y lavaban las redes. Subiendo a
una de las barcas, que era de Simón, le rogó que se alejara un poco de tierra;
y, sentándose, enseñaba desde la barca a la muchedumbre.
Cuando acabó de hablar, dijo a Simón: «Boga mar adentro, y
echad vuestras redes para pescar». Simón le respondió: «Maestro, hemos estado
bregando toda la noche y no hemos pescado nada; pero, en tu palabra, echaré las
redes». Y, haciéndolo así, pescaron gran cantidad de peces, de modo que las
redes amenazaban romperse. Hicieron señas a los compañeros de la otra barca
para que vinieran en su ayuda. Vinieron, pues, y llenaron tanto las dos barcas
que casi se hundían. Al verlo Simón Pedro, cayó a las rodillas de Jesús,
diciendo: «Aléjate de mí, Señor, que soy un hombre pecador». Pues el asombro se
había apoderado de él y de cuantos con él estaban, a causa de los peces que
habían pescado. Y lo mismo de Santiago y Juan, hijos de Zebedeo, que eran
compañeros de Simón. Jesús dijo a Simón: «No temas. Desde ahora serás pescador
de hombres». Llevaron a tierra las barcas y, dejándolo todo, le siguieron.
Comentario: Rev. D. Pedro IGLESIAS Martínez
(Rubí, Barcelona, España).
Boga mar adentro
Hoy día todavía nos resulta sorprendente comprobar cómo
aquellos pescadores fueron capaces de dejar su trabajo, sus familias, y seguir
a Jesús («Dejándolo todo, le siguieron»: Lc 5,11), precisamente cuando Éste se
manifiesta ante ellos como un colaborador excepcional para el negocio que les proporciona
el sustento. Si Jesús de Nazaret nos hiciera la propuesta a nosotros, en
nuestro siglo XXI..., ¿tendríamos el coraje de aquellos hombres?; ¿seríamos
capaces de intuir cuál es la verdadera ganancia?
Los cristianos creemos que Cristo es eterno presente; por
lo tanto, ese Cristo que está resucitado nos pide, no ya a Pedro, a Juan o a
Santiago, sino a Jorge, a José Manuel, a Paula, a todos y cada uno de quienes
le confesamos como el Señor, repito, nos pide desde el texto de Lucas que le
acojamos en la barca de nuestra vida, porque quiere descansar junto a nosotros;
nos pide que le dejemos servirse de nosotros, que le permitamos mostrar hacia
dónde orientar nuestra existencia para ser fecundos en medio de una sociedad
cada vez más alejada y necesitada de la Buena Nueva. La propuesta es atrayente,
sólo nos hace falta saber y querer despojarnos de nuestros miedos, de nuestros
“qué dirán” y poner rumbo a aguas más profundas, o lo que es lo mismo, a
horizontes más lejanos de aquellos que constriñen nuestra mediocre
cotidianeidad de zozobras y desánimos. «Quien tropieza en el camino, por poco
que avance, algo se acerca al término; quien corre fuera de él, cuanto más
corra más se aleja del término» (Santo Tomás de Aquino).
«Duc in altum»; «Boga mar adentro» (Lc 5,4): ¡No nos
quedemos en las costas de un mundo que vive mirándose el ombligo! Nuestra
navegación por los mares de la vida nos ha de conducir hasta atracar en la
tierra prometida, fin de nuestra singladura en ese Cielo esperado, que es
regalo del Padre, pero indivisiblemente, también trabajo del hombre —tuyo, mío—
al servicio de los demás en la barca de la Iglesia. Cristo conoce bien los
caladeros, de nosotros depende: o en el puerto de nuestro egoísmo, o hacia sus
horizontes.
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