Hoy, la explicación del Señor —que toca el tema del
trabajo— descubre un asunto de rabiosa actualidad: en la escena surge un conato
de tensión, fruto del cálculo especulativo de algunos de sus actores. Los
contratados a primera hora, antes que establecer agravios comparativos,
debieran haberse alegrado porque otros "con-ciudadanos" también
pudieron trabajar.
Los derechos individuales, desvinculados de un conjunto de
deberes que les dé un sentido profundo, se desquician y dan lugar a una espiral
de exigencias prácticamente ilimitada y carente de criterios. Son moralmente
inaceptables las tendencias actuales hacia una economía de corto —a veces
brevísimo— plazo, consecuencia de la especulación egoísta. Esto exige una
reflexión sobre el sentido de la economía, del trabajo y de sus fines, además
de una honda revisión con amplitud de miras del modelo de desarrollo.
—Jesús, mi Redentor, tú has venido a salvarme porque no
has pensado en tus derechos sino en mi necesidad: tu amor —que derrocha "gratuidad"—
no se detuvo calculando el coste de mi rescate.
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