Día litúrgico: Domingo XXV (A) del tiempo ordinario
Texto del Evangelio (Mt 20,1-16): En aquel tiempo,
dijo Jesús a sus discípulos esta parábola: «El Reino de los Cielos se parece a
un propietario que al amanecer salió a contratar jornaleros para su viña.
Después de ajustarse con ellos en un denario por jornada, los mandó a la viña.
Salió otra vez a media mañana, vio a otros que estaban en la plaza sin trabajo,
y les dijo: ‘Id también vosotros a mi viña, y os pagaré lo debido’. Ellos
fueron.
»Salió de nuevo hacia mediodía y a media tarde, e hizo lo
mismo. Salió al caer la tarde y encontró a otros, parados, y les dijo: ‘¿Cómo
es que estáis aquí el día entero sin trabajar?’. Le respondieron: ‘Nadie nos ha
contratado’. Él les dijo: ‘Id también vosotros a mi viña’.
»Cuando oscureció, el dueño dijo al capataz: ‘Llama a los
jornaleros y págales el jornal, empezando por los últimos y acabando por los
primeros’. Vinieron los del atardecer y recibieron un denario cada uno. Cuando
llegaron los primeros, pensaban que recibirían más, pero ellos también
recibieron un denario cada uno. Entonces se pusieron a protestar contra el amo:
‘Estos últimos han trabajado sólo una hora y los has tratado igual que a
nosotros, que hemos aguantado el peso del día y el bochorno’. Él replicó a uno
de ellos: ‘Amigo, no te hago ninguna injusticia. ¿No nos ajustamos en un denario?
Toma lo tuyo y vete. Quiero darle a este último igual que a ti. ¿Es que no
tengo libertad para hacer lo que quiera en mis asuntos? ¿O vas a tener tú
envidia porque yo soy bueno?’. Así, los últimos serán los primeros y los
primeros los últimos».
Comentario: Rev. D. Jaume GONZÁLEZ i Padrós
(Barcelona, España).
¿(...) vas a tener tú envidia porque yo soy bueno?
Hoy el evangelista continúa haciendo la descripción del
Reino de Dios según la enseñanza de Jesús, tal como va siendo proclamado
durante estos domingos de verano en nuestras asambleas eucarísticas.
En el fondo del relato de hoy, la viña, imagen profética del
pueblo de Israel en el Primer Testamento, y ahora del nuevo pueblo de Dios que
nace del costado abierto del Señor en la cruz. La cuestión: la pertenencia a
este pueblo, que viene dada por una llamada personal hecha a cada uno: «No me
habéis elegido vosotros a mí, sino que yo os he elegido a vosotros» (Jn 15,16),
y por la voluntad del Padre del cielo, de hacer extensiva esta llamada a todos
los hombres, movido por su voluntad generosa de salvación.
Resalta, en esta parábola, la protesta de los trabajadores
de primera hora. Son la imagen paralela del hermano mayor de la parábola del
hijo pródigo. Los que viven su trabajo por el Reino de Dios (el trabajo en la
viña) como una carga pesada («hemos aguantado el peso del día y el bochorno»:
Mt 20,12) y no como un privilegio que Dios les dispensa; no trabajan desde el
gozo filial, sino con el malhumor de los siervos.
Para ellos la fe es algo que ata y esclaviza y,
calladamente, tienen envidia de quienes “viven la vida”, ya que conciben la
conciencia cristiana como un freno, y no como unas alas que dan vuelo divino a
la vida humana. Piensan que es mejor permanecer desocupados espiritualmente,
antes que vivir a la luz de la palabra de Dios. Sienten que la salvación les es
debida y son celosos de ella. Contrasta notablemente su espíritu mezquino con
la generosidad del Padre, que «quiere que todos los hombres se salven y lleguen
al conocimiento de la verdad» (1Tim 2,4), y por eso llama a su viña, «Él que es
bueno con todos, y ama con ternura todo lo que ha creado» (Sal 145,9).
No hay comentarios:
Publicar un comentario