Hoy, al oír de Jesucristo el "hasta setenta veces siete", intuimos la profundidad del perdonar. ¿Qué es realmente el perdón? La ofensa es una realidad, una fuerza objetiva que ha causado una destrucción que se ha de remediar. Por eso, el perdón debe ser algo más que tratar de olvidar. La ofensa tiene que ser subsanada y superada.
El perdón cuesta algo, ante todo al que perdona: tiene que superar en su interior el daño recibido y renovarse a sí mismo, de modo que luego este proceso de transformación alcance también al otro, al culpable, y así ambos, sufriendo hasta el fondo el mal y superándolo, salgan renovados. Dios sólo pudo superar la culpa y el sufrimiento de los hombres interviniendo personalmente, sufriendo Él mismo en su Hijo, que ha llevado esa carga y la ha superado mediante la entrega de sí mismo.
—Señor, ayúdanos a superar las culpas: contigo podremos comprometer de verdad nuestros corazones y entregar nuestra existencia.
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