Día litúrgico: Sábado XXIII del tiempo ordinario
Texto del Evangelio (Lc 6,43-49): En aquel tiempo,
Jesús dijo a sus discípulos: «Porque no hay árbol bueno que dé fruto malo y, a
la inversa, no hay árbol malo que dé fruto bueno. Cada árbol se conoce por su
fruto. No se recogen higos de los espinos, ni de la zarza se vendimian uvas. El
hombre bueno, del buen tesoro del corazón saca lo bueno, y el malo, del malo
saca lo malo. Porque de lo que rebosa el corazón habla su boca.
»¿Por qué me llamáis: ‘Señor, Señor’, y no hacéis lo que
digo? Todo el que venga a mí y oiga mis palabras y las ponga en práctica, os
voy a mostrar a quién es semejante: Es semejante a un hombre que, al edificar
una casa, cavó profundamente y puso los cimientos sobre roca. Al sobrevenir una
inundación, rompió el torrente contra aquella casa, pero no pudo destruirla por
estar bien edificada. Pero el que haya oído y no haya puesto en práctica, es
semejante a un hombre que edificó una casa sobre tierra, sin cimientos, contra
la que rompió el torrente y al instante se desplomó y fue grande la ruina de
aquella casa».
Comentario: P. Raimondo M. SORGIA Mannai OP (San Domenico
di Fiesole, Florencia, Italia).
Cada árbol se conoce por su fruto
Hoy, el Señor nos sorprende haciendo “publicidad” de sí mismo.
No es mi intención “escandalizar” a nadie con esta afirmación. Es nuestra
publicidad terrenal lo que empequeñece a las cosas grandes y sobrenaturales. Es
el prometer, por ejemplo, que dentro de unas semanas una persona gruesa pueda
perder por lo menos cinco o seis kilos usando un determinado “producto-trampa”
(u otras promesas milagrosas por el estilo) lo que nos hace mirar a la
publicidad con ojos de sospecha. Mas, cuando uno tiene un “producto”
garantizado al cien por cien, y —como el Señor— no vende nada a cambio de
dinero sino solamente nos pide que le creamos tomándole como guía y modelo de
un preciso estilo de vida, entonces esa “publicidad” no nos ha de sorprender y
nos parecerá la más lícita del mundo. ¿No ha sido Jesús el más grande “publicitario”
al decir de sí mismo «Yo soy la Vía, la Verdad y la Vida» (Jn 14,6)?
Hoy afirma que quien «venga a mí y oiga mis palabras y las
ponga en práctica» es prudente, «semejante a un hombre que, al edificar una
casa, cavó profundamente y puso los cimientos sobre roca» (Lc 6,47-48), de modo
que obtiene una construcción sólida y firme, capaz de afrontar los golpes del
mal tiempo. Si, por el contrario, quien edifica no tiene esa prudencia, acabará
por encontrarse ante un montón de piedras derruidas, y si él mismo estaba al
interior en el momento del choque de la lluvia fluvial, podrá perder no
solamente la casa, sino además su propia vida.
Pero no basta acercarse a Jesús, sino que es necesario
escuchar con la máxima atención sus enseñanzas y, sobre todo, ponerlas en
práctica, porque incluso el curioso se le acerca, y también el hereje, el
estudioso de historia o de filología... Pero será solamente acercándonos,
escuchando y, sobre todo, practicando la doctrina de Jesús como levantaremos el
edificio de la santidad cristiana, para ejemplo de fieles peregrinos y para
gloria de la Iglesia celestial.
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