Mártir.
Martirologio Romano: En Roma, conmemoración de santa
Domitila, mártir, que, siendo hija de la hermana del cónsul Flavio Clemente,
fue acusada durante la persecución bajo el emperador Domiciano de haber
renegado de los dioses paganos y, por ello, por su fe en Cristo, junto con
otros muchos cristianos fue desterrada a la isla de Ponza, en el Lacio, en la
que padeció un prolongado martirio (s. I/II).
Etimológicamente: Flavia = Aquella de cabellos
dorados, es de origen latino.
El emperador es Vespasiano. Flavio Clemente es su sobrino,
está casado con Flavia Domitila, se han hecho cristianos y es cónsul en el año
95. Tiene dos primos carnales que son Tito y Domiciano que, al no tener
descendencia directa masculina, deberían dejar su puesto a uno de los hijos de
Flavio Clemente según el derecho romano; poco faltó para que la Iglesia tuviera
en el primer siglo un emperador cristiano, pero no sólo no fue así, sino que el
emperador Domiciano desató una violenta persecución.
No distinguían muy bien por aquel entonces los que
mandaban en Roma entre judíos y cristianos; los llaman simplemente paganos
porque ni unos ni otros adoraban imágenes por seguir los Libros Santos.
Vespasiano y Tito habían hecho la guerra y destruido la Ciudad Santa; los
judíos y cristianos -que para ellos es igual- deben pagar impuestos. Como las
cuentas cantan, Domiciano advierte por el monto de la recaudación el gran
número de paganos que hay en el Imperio y ve que están presentes en todos los
estamentos. Piensa que la depuración étnica se impone y Flavio Clemente, entre
muchos, es denunciado -dice Suetonio «con acusaciones muy endebles»- y
martirizado junto con su mujer o quizá ésta fuera mandada al destierro a la
isla de Pandataria, como era costumbre entre los romanos para la gente noble.
Así se concluyen los datos que proporciona la historia bien documentada.
Pero así como la historia ofrece unos datos seguros y
fiables, la leyenda marca el paso de la historia a la ficción en la historia
novelada para gusto y edificación de los cristianos cuando se habla de Flavia
Domitila. Más que admitir la existencia de dos Flavias en el mismo tiempo y
lugar, según los datos que se tienen, parece lo más probable y sensato aceptar
la lectura en novela de la mártir Flavia Domitila, desdoblada.
Así nos encontramos con una novela de altos vuelos
literarios en la que, con la base firme de la existencia de una mártir
perteneciente a la más alta nobleza, se narra el destierro de Flavia, joven
prometida de un joven pagano llamado Aureliano; los soldados Nereo
y Aquileo, terminan por convencer a la novia para que acepte la virginidad
rechazando la boda prevista. Se anota la esperada reacción violenta del joven
pagano despreciado: denuncia como cristiana a la novia y la destierran a la
isla de Poncia. La imaginación del autor hace intervenir al papa Clemente
consagrando la virginidad de Flavia Domitila. Hay enredos entre amigos de la
magia y adivinación por una parte y testigos que narran lo que pasó entre Pedro
y Simón, el mago, por otra.
La protagonista que ocupa el centro del relato es un
ejemplo de pulcritud y sensatez, mantiene el nervio de la historia con la
valentía del seguimiento a Jesús ante la autoridad constituida, apareciendo
también momentos de dudas que mantienen el suspense sobre los inciertos
resultados de su elección, y ¡cómo no! su apostolado. Se desarrolla abundante
doctrina para proclamar -en demasía- la excelencia de la virginidad sobre el
matrimonio. El guión no está exento de elementos dramáticos que mantienen la
atención de los lectores y oyentes con los enredos de seducción por parte de
Aureliano, que acaba dramáticamente muerto por la decepción y el rechazo.
También se condenan las orgías propias del tiempo y la vanagloria de quien no
tiene más perspectiva que la vida presente. La vuelta del destierro, además de
poner fin a la preciosa novela ejemplar, sirve para describir el martirio con
formas adecuadas al estilo del relato: Flavia Domilitila y sus dos sirvientas
neoconversas por su ejemplo y palabras -también vírgenes cristianas- acaban
quemadas vivas en su propia casa de Terracina por denuncia de paganos.
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