Presbítero.
Martirologio Romano: En Roma, san Juan Bautista de
Rossi, presbítero, que atendió en la Ciudad Santa a los pobres y a los más
marginados, instruyendo a todos en la santa doctrina. († 1764)
Fecha de
canonización: 8
de diciembre de 1881 por el Papa León XIII.
Juan Bautista de Rossi representa el triunfo de la
voluntad sobre la fragilidad física, del generoso empeño apostólico sobre los
obstáculos de la enfermedad. A pesar de su doble enfermedad, la epilepsia y una
enfermedad de los ojos, multiplicó el trabajo cotidiano en beneficio de los
pobres de la ciudad de Roma y de los recogidos en los hospicios. Había nacido
en Voltaggio, provincia de Génova, el 22 de febrero de 1698, pero a los trece
años se estableció definitivamente en Roma, en casa de un primo sacerdote,
canónigo de Santa María en Cosmedin, para poder estudiar en el colegio romano
de los jesuitas. En 1714 siguió los estudios eclesiásticos, y terminó los
estudios de teología con los dominicos.
Fue ordenado sacerdote el 8 de marzo de 1721, pero desde
antes ya había comenzado su intenso apostolado. Antes de su ordenación había
dirigido varios grupos de estudiantes, y de esta experiencia nació la idea de
la fundación de la Pía Unión de Sacerdotes Seculares, anexa al hospicio de San
Gala que él dirigió y que, durante más de dos siglos, hasta 1935, contó con los
mejores nombres del clero romano, algunos de los cuales llegaron al honor de
los altares.
Además del hospicio de San Gala, no suyo (había sido
fundado por Marco Antonio Anastasio Odescalchi, primo de Inocencio XI) y sólo
para hombres, quiso ampliar el radio de su apostolado fundando el hospicio para
mujeres, dedicado a san Luis Gonzaga, su santo predilecto. Ayudado por su
confesor, el siervo de Dios Francisco María Galluzzi, a pesar de su delicada
salud redobló su actividad. Parecía omnipresente en cualquier parte en donde
había que animar, instruir, socorrer, a cualquier hora del día o de la noche.
No era raro verlo en las plazuelas romanas improvisar un
sermón entre los desocupados o por la noche cuando la gente regresaba del
trabajo.
La simpatía que despertaba entre la gente humilde de los
barrios atraía a su confesonario largas filas de penitentes. Era,
efectivamente, un maestro de espiritualidad y en cualquier parte donde promovía
una iniciativa, imprimía un ritmo de santo fervor.
Cuando fue elegido canónigo de Santa María en Cosmedin,
quedó dispensado de la obligación del coro para poderse dedicar con más
libertad a sus compromisos apostólicos. En los últimos meses de su vida, la
gravedad de la enfermedad lo sometió a un verdadero calvario.
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