Día litúrgico: Ascensión del Señor (B)
Texto del Evangelio (Mc 16,15-20): En aquel tiempo,
Jesús se apareció a los once y les dijo: «Id por todo el mundo y proclamad la
Buena Nueva a toda la creación. El que crea y sea bautizado, se salvará; el que
no crea, se condenará. Estas son las señales que acompañarán a los que crean:
en mi nombre expulsarán demonios, hablarán en lenguas nuevas, agarrarán
serpientes en sus manos y aunque beban veneno no les hará daño; impondrán las
manos sobre los enfermos y se pondrán bien».
Con esto, el Señor Jesús, después de hablarles, fue
elevado al cielo y se sentó a la diestra de Dios. Ellos salieron a predicar por
todas partes, colaborando el Señor con ellos y confirmando la Palabra con las
señales que la acompañaban.
Comentario: Fray Lluc TORCAL Monje del
Monasterio de Sta. Mª de Poblet (Santa Maria de Poblet, Tarragona, España).
«El Señor Jesús, después de hablarles, fue elevado al
cielo y se sentó a la diestra de Dios»
Hoy en esta solemnidad, se nos ofrece una palabra de
salvación como nunca la hayamos podido imaginar. El Señor Jesús no solamente ha
resucitado, venciendo a la muerte y al pecado, sino que, además, ¡ha sido
llevado a la gloria de Dios! Por esto, el camino de retorno al Padre, aquel
camino que habíamos perdido y que se nos abría en el misterio de Navidad, ha
quedado irrevocablemente ofrecido en el día de hoy, después que Cristo se haya
dado totalmente al Padre en la Cruz.
¿Ofrecido? Ofrecido, sí. Porque el Señor Jesucristo, antes
de ser llevado al cielo, ha enviado a sus discípulos amados, los Apóstoles, a
invitar a todos los hombres a creer en Él, para poder llegar allá donde Él
está. «Id por todo el mundo y proclamad la Buena Nueva a toda la creación. El
que crea y sea bautizado, se salvará» (Mc 16,15-16).
Esta salvación que se nos da consiste, finalmente, en
vivir la vida misma de Dios, como nos dice el Evangelio según san Juan: «Ésta
es la vida eterna: que te conozcan a ti, el único Dios verdadero, y al que tú
has enviado, Jesucristo» (Jn 17,3).
Pero aquello que se da por amor ha de ser aceptado en el
amor para poder ser recibido como don. Jesucristo, pues, a quien no hemos
visto, quiere que le ofrezcamos nuestro amor a través de nuestra fe, que
recibimos escuchando la palabra de sus ministros, a quienes sí podemos ver y
sentir. «Nosotros creemos en aquel que no hemos visto. Lo han anunciado
aquellos que le han visto. (...) Quien ha prometido es fiel y no engaña: no
faltes en tu confianza, sino espera en su promesa. (...) ¡Conserva la fe!» (San Agustín). Si la fe es una oferta de
amor a Jesucristo, conservarla y hacerla crecer hace que aumente en nosotros la
caridad.
¡Ofrezcamos, pues, al Señor nuestra fe!
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