08-05-2012 L’Osservatore Romano
Las cifras son escalofriantes. A pesar de luchas y guerras
históricas y de que desde hace más de un siglo el derecho internacional,
enriquecido por decenas de acuerdos y declaraciones mundiales, ha prohibido
toda forma de esclavitud y de tráfico de seres humanos, actualmente se siguen
contando millones y millones de víctimas de este dramático fenómeno. No por
casualidad el comercio de seres humanos está considerado como la segunda
actividad criminal más rentable a nivel global, tras el tráfico de armas.
Y mientras se siguen firmando declaraciones de principio,
“a diario —observa el Cardenal Peter Kodwo Appiach Turkson, presidente del
Consejo pontificio Justicia y Paz— hombres, mujeres y menores viven en
condiciones asimilables a la esclavitud. Son comprados y vendidos como
mercadería. Su dignidad intrínseca se pisotea por criminales sin escrúpulos que
se enriquecen comerciando con sus semejantes o explotándolos”.
La denuncia del purpurado se oyó durante la conferencia
internacional sobre el tráfico de seres humanos que —organizada por el
dicasterio vaticano en colaboración con la oficina para las políticas
migratorias, de la Conferencia episcopal católica de Inglaterra y Gales— ha
tenido lugar en Roma el martes 8 de mayo.
Objetivo de los trabajos, subrayar la importante
contribución que la Iglesia puede ofrecer a la comunidad internacional en la
lucha contra esta tremenda plaga, gracias a la red constituida por más de mil
millones de católicos en el mundo.
Explicando el sentido de la atención de la Iglesia hacia
el fenómeno, el cardenal Turkson evidenció sobre todo el hecho de que “las
leyes nacionales y los acuerdos internacionales, aún siendo necesarios, por sí
solos no pueden derrotar estos males que afligen a la humanidad. La promoción
de los derechos fundamentales de la persona, de cada persona, es una tarea que
exige en primer lugar la conversión de los corazones. Podríamos decir,
parafraseando lo escrito por Benedicto XVI sobre el desarrollo, que la
protección de los derechos humanos es imposible sin hombres rectos, que vivan
fuertemente en sus conciencias la llamada del bien común”. Ello significa que
los esfuerzos orientados a la protección de las víctimas y a la persecución de
los responsables del tráfico deben completarse con “una aproximación holística
en la cual se reconozca, como componente preeminente, una educación auténtica
de la población, especialmente de los grupos más vulnerables”.
El cardenal presidente de Iustitia et Pax no olvida tampoco situar en el centro de atención a
cuantos sufren en primera persona por este infame tráfico: las víctimas. No
basta con liberarlas de la condición de explotación a la que están sometidas
—expresó—, sino que también hay que acompañarlas en el camino de rehabilitación
y reintegración.
Otro tema que el purpurado presentó ante los participantes
es el ambiente donde maduran estos comportamientos delictivos. “Ampliando la
perspectiva —dijo al respecto— es necesario que toda persona de buena voluntad
se comprometa a construir un orden social internacional más justo, a fin de que
la pobreza y el subdesarrollo dejen de ser terreno fértil donde los traficantes
pueden dar con víctimas potenciales”.
Tal es el terreno en el que la labor de la Iglesia puede
ser fructífera. “Gracias a su presencia en cada lugar del mundo y a su servicio
a cada persona —subrayó— la Iglesia está comprometida en la prevención y en la
atención pastoral de las víctimas de la trata en diversos frentes, desde el
universal al local, desde el institucional al que se verifica 'en el terreno'.
Profundamente convencida de la igual dignidad de toda persona, no cesa de
emplearse en que esta dignidad intrínseca se reconozca y garantice en toda
circunstancia, para que ya no exista ni esclavo ni libre, sino todos uno en
Jesucristo”.
El mensaje final del purpurado se orienta a evitar el
desaliento ante el sufrimiento de una parte de la humanidad tan extensa. Más
bien —recalcó— “hay que recordar que, además de quienes buscan enriquecerse
explotando las vidas de los otros, existe otra humanidad hecha de hombres y
mujeres, ciudadanos y líderes, que cada día, con papeles y competencias
distintas, consagran sus vidas a la lucha contra el flagelo de la trata de
seres humanos”. Y junto a estas personas es necesario permanecer para derrotar
una de las plagas más duras de la humanidad contemporánea.
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