Hoy, en el centro de la historia del buen samaritano, se
nos plantea la pregunta fundamental de qué hacer para heredar la vida eterna.
Jesucristo se remite a la Biblia, cuya respuesta es indiscutible. Pero el tema
deriva hacia una cuestión práctica, de ambigua dilucidación en aquel tiempo:
"¿Quién es mi prójimo?".
A una pregunta tan concreta, Jesús respondió con esta
parábola… Y aparece el samaritano, que no se cuestiona hasta dónde llega su
obligación de solidaridad ni tampoco cuáles son los méritos necesarios para
alcanzar la vida eterna. Ocurre algo muy diferente: se le rompe el corazón y él
mismo se convierte en "prójimo", por encima de cualquier
consideración. Aquí la pregunta cambia: no se trata de establecer quién sea o
no mi prójimo entre los demás. Se trata de mí mismo.
—Señor, ayúdame a ser una persona que ama, una persona de
corazón abierto que se conmueve ante la necesidad del otro. Entonces encontraré
a mi prójimo, o mejor dicho, será él quien me encuentre.
No hay comentarios:
Publicar un comentario