Hoy Jesucristo nos habla del "desarrollo"
genuino del hombre y nos advierte del peligro (incluso, ridiculez) de la
codicia. Las realidades de la verdad y del amor —nuestro auténtico camino— no
se encuentran en el mundo de las cantidades, sino que sólo podemos encontrarlas
si vamos más allá de ese mundo y entramos en un nuevo orden.
De los dinosaurios se afirma que se extinguieron porque se
habían desarrollado erróneamente: mucho caparazón y poco cerebro, muchos
músculos y poca inteligencia. ¿No estaremos desarrollándonos también nosotros
de forma errónea: mucha técnica, pero poca alma?; ¿un grueso caparazón de
capacidades materiales, pero un corazón que se ha vuelto vacío? En medio de
tantas cosas y de tanto aparentar, ¿no hemos perdido la capacidad de percibir
en nosotros la voz de Dios, de reconocer lo bueno, lo bello y lo verdadero?
—Señor, Dios nuestro, ten misericordia de nosotros para
que entendamos que el desarrollo verdaderamente humano está antes en el
"ser" que en el "tener".
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