Hoy vemos cómo al hombre, después de perder la
trascendencia, le resta sólo el grito, porque sólo quiere ser tierra e intenta
convertir el cielo y la profundidad del mar en tierra suya. La liturgia
rectamente entendida (identificación con Cristo para alabar al Padre siendo
hijos en el Hijo) devuelve la integridad al hombre.
En el mar viven los peces y callan; los animales de la
tierra gritan; pero las aves, cuyo espacio vital es el cielo, cantan. Lo propio
del mar es el silencio; lo propio de la tierra es el grito; lo propio del cielo
es el canto. Pero el hombre participa en las tres cosas: lleva en sí la
profundidad del mar, la carga de la tierra y la altura del cielo, y por eso le
pertenecen la tres propiedades: el callar, el gritar y el cantar.
—Jesús, tu llamada nos invita de nuevo a callar y a
cantar. Tú en la acción litúrgica nos devuelves la profundidad y la altura, el
silencio y el canto.
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