Día litúrgico: Jueves XXX del tiempo ordinario
Texto del Evangelio (Lc 13,31-35): En aquel tiempo,
algunos fariseos se acercaron a Jesús y le dijeron: «Sal y vete de aquí, porque
Herodes quiere matarte». Y Él les dijo: «Id a decir a ese zorro: ‘Yo expulso
demonios y llevo a cabo curaciones hoy y mañana, y al tercer día soy consumado.
Pero conviene que hoy y mañana y pasado siga adelante, porque no cabe que un
profeta perezca fuera de Jerusalén’.
»¡Jerusalén, Jerusalén!, la que mata a los profetas y
apedrea a los que le son enviados. ¡Cuántas veces he querido reunir a tus
hijos, como una gallina su nidada bajo las alas, y no habéis querido! Pues
bien, se os va a dejar vuestra casa. Os digo que no me volveréis a ver hasta
que llegue el día en que digáis: ¡Bendito el que viene en nombre del Señor!».
Comentario: Rev. D. Àngel Eugeni PÉREZ i
Sánchez (Barcelona, España).
¡Jerusalén, Jerusalén! (...) ¡Cuántas veces he querido
reunir a tus hijos (...) y no habéis querido!
Hoy podemos admirar la firmeza de Jesús en el cumplimiento
de la misión que le ha encomendado el Padre del cielo. Él no se va a detener
por nada: «Yo expulso demonios y llevo a cabo curaciones hoy y mañana» (Lc
13,32). Con esta actitud, el Señor marcó la pauta de conducta que a lo largo de
los siglos seguirían los mensajeros del Evangelio ante las persecuciones: no
doblegarse ante el poder temporal. San Agustín dice que, en tiempo de
persecuciones, los pastores no deben abandonar a los fieles: ni a los que
sufrirán el martirio ni a los que sobrevivirán, como el Buen Pastor, que al ver
venir al lobo, no abandona el rebaño, sino que lo defiende. Pero visto el fervor
con que todos los pastores de la Iglesia se disponían a derramar su sangre,
indica que lo mejor será echar a suertes quiénes de los clérigos se entregarán
al martirio y quiénes se pondrán a salvo para luego cuidarse de los
supervivientes.
En nuestra época, con desgraciada frecuencia, nos llegan
noticias de persecuciones religiosas, violencias tribales o revueltas étnicas
en países del Tercer Mundo. Las embajadas occidentales aconsejan a sus
conciudadanos que abandonen la región y repatríen su personal. Los únicos que
permanecen son los misioneros y las organizaciones de voluntarios, porque les
parecería una traición abandonar a los “suyos” en momentos difíciles.
«¡Jerusalén, Jerusalén!, la que mata a los profetas y
apedrea a los que le son enviados. ¡Cuántas veces he querido reunir a tus
hijos, como una gallina su nidada bajo las alas, y no habéis querido! Pues
bien, se os va a dejar vuestra casa» (Lc 13,34-35). Este lamento del Señor
produce en nosotros, los cristianos del siglo XXI, una tristeza especial,
debida al sangrante conflicto entre judíos y palestinos. Para nosotros, esa
región del Próximo Oriente es la Tierra Santa, la tierra de Jesús y de María. Y
el clamor por la paz en todos los países debe ser más intenso y sentido por la
paz en Israel y Palestina.
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