Día litúrgico: Viernes XXVIII del tiempo ordinario
Texto del Evangelio (Lc 12,1-7): En aquel tiempo,
habiéndose reunido miles y miles de personas, hasta pisarse unos a otros, Jesús
se puso a decir primeramente a sus discípulos: «Guardaos de la levadura de los
fariseos, que es la hipocresía. Nada hay encubierto que no haya de ser
descubierto ni oculto que no haya de saberse. Porque cuanto dijisteis en la
oscuridad, será oído a la luz, y lo que hablasteis al oído en las habitaciones
privadas, será proclamado desde los terrados. Os digo a vosotros, amigos míos:
No temáis a los que matan el cuerpo, y después de esto no pueden hacer más. Os
mostraré a quién debéis temer: temed a aquel que, después de matar, tiene poder
para arrojar a la gehenna; sí, os repito: temed a ése. ¿No se venden cinco
pajarillos por dos ases? Pues bien, ni uno de ellos está olvidado ante Dios.
Hasta los cabellos de vuestra cabeza están todos contados. No temáis; valéis
más que muchos pajarillos».
Comentario: P. Raimondo M. SORGIA Mannai OP (San Domenico
di Fiesole, Florencia, Italia).
Guardaos de la levadura de los fariseos, que es la
hipocresía
Hoy, el Señor nos invita a reflexionar sobre un tipo de
mala levadura que no fermenta el pan, sino solamente lo engrandece en
apariencia, dejándolo crudo e incapaz de nutrir: «Guardaos de la levadura de
los fariseos» (Lc 12,1). Se llama hipocresía y es solamente apariencia de bien,
máscara hecha con trapos multicolores y llamativos, pero que esconden vicios y
deformidades morales, infecciones del espíritu y microbios que ensucian el
pensamiento y, en consecuencia, la propia existencia.
Por eso, Jesús advierte de tener cuidado con esos
usurpadores que, al predicar con los malos ejemplos y con el brillo de palabras
mentirosas, intentan sembrar alrededor la infección. Recuerdo que un periodista
—brillante por su estilo y profesor de filosofía— quiso afrontar el tema de la
postura de la Iglesia católica frente a la cuestión del pretendido “matrimonio”
entre homosexuales. Y con paso alegre y una sarta de sofismas grandes como
elefantes, intentó contradecir las sanas razones que el Magisterio expuso en
uno de sus recientes documentos. He aquí un fariseo de nuestros días que,
después de haberse declarado bautizado y creyente, se aleja con desenvoltura
del pensamiento de la Iglesia y del espíritu del Cristo, pretendiendo pasar por
maestro, acompañante y guía de los fieles.
Pasando a otro tema, el Maestro recomienda distinguir
entre temor y temor: «No temáis a los que matan el cuerpo, y después de esto no
pueden hacer más» (Lc 12,4), que serían los perseguidores de la idea cristiana,
que matan a decenas a los fieles en tiempo de “caza al hombre” o de vez en
cuando a testigos singulares de Jesucristo.
Miedo absolutamente diverso y motivado es el de poder
perder el cuerpo y el alma, y esto está en las manos del Juez divino; no que el
alma muera (sería una suerte para el pecador), sino que guste una amargura que
se la puede llamar “mortal” en el sentido de absoluta e interminable. «Si
eliges vivir bien aquí, no serás enviado a las penas eternas. Dado que aquí no
puedes elegir el no morir, mientras vives elige el no morir eternamente» (San Agustín).
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