Hoy, Jesús responde a los fariseos que, si el emperador
romano es garante del Derecho, entonces puede exigir obediencia. Sin embargo,
este ámbito de obediencia queda —al mismo tiempo— reducido: está lo que es del "césar"
y está lo que es de Dios. Cuando el "césar" se erige en Dios, ha
excedido sus límites, y obedecerle equivaldría a renegar de Dios.
Si se consideran estas correlaciones, descubrimos una
concepción del Estado muy sobria: en la medida que garantiza la paz y el
Derecho, dichas correlaciones corresponden a una disposición divina (una suerte
de ordenamiento creatural). Hay que respetar al Estado justamente en su
carácter profano; su necesidad surge a partir de la esencia del hombre como
"animal sociale et politicum". Al mismo tiempo existe una
delimitación del Estado: tiene su ámbito, que no puede rebasar; debe respetar
el más alto "Derecho de Dios".
—"Al Señor solo adorarás". La negativa a adorar
al emperador y, en general, la negativa al culto del Estado, en el fondo, es
sencillamente el rechazo al Estado totalitario.
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