Hoy, hay algunos paisajes a los que nos terminamos
acostumbrando de tanto verlos u oírlos. El gran riesgo del acostumbramiento es
la indiferencia: ya nada nos causa asombro, ni nos estremece ni nos cuestiona...
Algo así puede pasarnos con el triste paisaje que asoma cada vez con más fuerza
en nuestras calles (gente de toda edad pidiendo o revolviendo la basura,
durmiendo en las esquinas…) y en nuestro mundo (terrorismo, guerras…).
Con el acostumbramiento viene la indiferencia: no nos
interesan sus vidas, sus historias, sus necesidades, ni su futuro. Sin embargo,
es el paisaje que nos rodea y nosotros, queramos verlo o no, formamos parte de
él.
—A este corazón acostumbrado viene a despertarlo y
rescatarlo del mal de la indiferencia la invitación de la Iglesia al ayuno: un
ayuno que debe partir del amor y llevarnos a un amor más grande. El ayuno que
Dios quiere es “no dar la espalda al hermano”. ¡Ayunar desde la solidaridad!
Hoy solo se puede ayunar trabajando para que otros no “ayunen”.
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