Día litúrgico: Viernes XXIII del tiempo ordinario
Texto del Evangelio (Lc 6,39-42): En aquel tiempo,
Jesús dijo a sus discípulos esta parábola: «¿Podrá un ciego guiar a otro ciego?
¿No caerán los dos en el hoyo? No está el discípulo por encima del maestro.
Todo discípulo que esté bien formado, será como su maestro. ¿Cómo es que miras
la brizna que hay en el ojo de tu hermano, y no reparas en la viga que hay en
tu propio ojo? ¿Cómo puedes decir a tu hermano: ‘Hermano, deja que saque la
brizna que hay en tu ojo’, no viendo tú mismo la viga que hay en el tuyo?
Hipócrita, saca primero la viga de tu ojo, y entonces podrás ver para sacar la
brizna que hay en el ojo de tu hermano».
Comentario: Rev. D. Antoni CAROL i Hostench
(Sant Cugat del Vallès, Barcelona, España).
Todo discípulo que esté bien formado, será como su maestro
Hoy, las palabras del Evangelio nos hacen reflexionar
sobre la importancia del ejemplo y de procurar para los otros una vida
ejemplar. En efecto, el dicho popular dice que «“Fray Ejemplo” es el mejor
predicador», u otro que afirma que «más vale una imagen que mil palabras». No
olvidemos que, en el cristianismo, todos —¡sin excepción!— somos guías, ya que
el Bautismo nos confiere una participación en el sacerdocio (mediación
salvadora) de Cristo: en efecto, todos los bautizados hemos recibido el
sacerdocio bautismal. Y todo sacerdocio, además de las misiones de santificar y
de enseñar a los demás, incorpora también el munus —la función— de regir o
dirigir.
Sí, todos —queramos o no— con nuestra conducta tenemos la
oportunidad de llegar a ser un modelo estimulante para aquellos que nos rodean.
Pensemos, por ejemplo, en la ascendencia que unos padres tienen sobre sus
hijos, los profesores sobre los alumnos, las autoridades sobre los ciudadanos,
etc. El cristiano, sin embargo, debe tener una conciencia particularmente viva
acerca de todo esto. Pero..., «¿podrá un ciego guiar a otro ciego?» (Lc 6,39).
Para nosotros, cristianos, es como una llamada de atención
aquello que los judíos y las primeras generaciones de cristianos decían de
Jesucristo: «Todo lo ha hecho bien» (Mc 7,37); «El Señor comenzó a hacer y
enseñar» (Hch 1,1).
Debemos procurar traducir en obras aquello que creemos y
profesamos de palabra. En una ocasión, el Papa emérito Benedicto XVI, cuando todavía era el Cardenal Ratzinger, afirmaba
que «el peligro más amenazador son los cristianismos adaptados», es decir, el
caso de aquellas personas que de palabra se profesan católicas pero que, en la
práctica, con su conducta, no manifiestan el “radicalismo” propio del
Evangelio.
Ser radicales no equivale a fanáticos (ya que la caridad
es paciente y tolerante) ni a exagerados (pues en cuestiones de amor no es
posible exagerar). Como afirmó Juan
Pablo II, «el Señor crucificado es un testimonio insuperable de amor
paciente y de humilde mansedumbre»: no se trata ni de un fanático ni de un
exagerado. Pero sí que es radical, tanto que nos hace decir con el centurión
que asistió a su muerte: «Verdaderamente este hombre era justo» (Lc 23,47).
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