Abad.
La lejana historia de Avito la conoce plenamente sólo
Dios; los documentos que tenemos hoy muestran el núcleo histórico de su
existencia santa, pero a falta de otros datos, los relatos posteriores hablan
de él con los adornos añadidos por la fábula y la devoción popular menos
exigente con la verdad histórica y más condescendiente con los efluvios de la
piedad.
Se dice de él que nació en la zona de Orleáns, teniendo
por padres a unos cristianos pobres y que, cuando era pequeño conoció a los
monjes de la abadía de Micy que está próxima a la ciudad; llevado de la
curiosidad propia de los niños, les preguntó, quienes eran, qué hacían, por qué
vivían lejos de la gente y para qué servían. Esas preguntas, contestadas con
simpatía y desparpajo por alguno de aquellos frailes que tenía gracejo y estaba
lleno de sentido sobrenatural, dichas al alcance de una cabecita pequeña dieron
fruto con el paso de los años. Un buen día, aquella curiosidad se convirtió en
deseo de imitarlos, pero con tal gana y empeño que el joven Avito ruega al abad
Maximino o Mesmino que le admita en el monasterio y que si no puede ser como
monje, que lo admita como criado. Está dispuesto a no dejar la puerta del
convento y a morir de frío y de hambre hasta conseguir lo que pide.
Cuentan de él que la primera época de fraile la vivió tan
amable, servicial y obediente que su sencillez y deseos de agradar a la
comunidad a veces fue considerado por algunos como una actitud que rayaba con
lo estúpido.
De todos modos, el abad experimentado descubre el regalo
que les ha llegado del cielo; el abad le encomienda muy pronto el oficio de
ecónomo y pasa a ser el responsable de preparar las cosas que atañen en el
convento al alimento de los frailes; debe cuidar de que no les falte el
alimento necesario, ha de disponer el orden de las comidas, cuidar del pobre
almacén, reponer alimentos y reservar una parte para los pobres cosa en la que
siempre se mostró lleno de generosidad. Que lo hiciera bien o mal en preparar
la intendencia sólo Dios lo sabe, pero el resultado fue la continua crítica y
murmuración que provocó en los compañeros de salmos.
La situación de aparente fracaso le llevó a replantearse
con mayor seriedad sus deseos de soledad. Resuelve el asunto, después de
haberlo rezado y pensando Dios le pedía un cambio; organiza una trama nocturna
consistente en introducirse en la celda del abad, esperar a que lo rinda el
sueño y meter bajo su almohada las llaves de ecónomo, simbolizando con ello su
renuncia al cargo. Se marcha del monasterio. Ahora sí que podrá en el bosque
cercano dedicarse a la oración y penitencia a sus anchas sin necesidad de
escuchar las protestas de sus hermanos y dando cuenta al abad de su vida de vez
en cuando. Intentará imitar a los ermitaños comiendo la yerba, raíces y frutas
que encuentre por el campo.
Hizo falta el ruego de los frailes y la intervención del
obispo de Orleáns para sacarlo del retiro de Solaña y conseguir que aceptara el
gobierno de la abadía, en el año 520, después de la muerte de Maximiano. El
nuevo abad hace más con humildad y ejemplo que con mandatos; pero por su medio
se restablece la primera disciplina y se eleva el tono sobrenatural del
monasterio. Las cosas marchan bien, pero a él le sigue hormigueando en el alma el
run-run de la soledad.
Ahora será Percha, más distante y menos accesible el nuevo
lugar donde plantará su residencia entre cuevas o chozas de ramas de árboles.
Allí no será fácil que le encuentren los monjes en caso de que le busquen; ha
llevado con él a otro fraile que también tenía las mismas ansias de soledad.
Vivirán como en la primera época en la contemplación y penitencia, metidos en
el alejamiento y el silencio. Sólo que no pudo ser por mucho tiempo porque lo
descubrió el milagro de Avito: un porquero mudo desde niño, por mandato del
santo ha comenzado a hablar, y ya es imposible hacerlo callar. Y la gente se
entera ¡Adiós soledad! La noticia del hecho se transmite y la gente acude a ver
y a tocar; él catequiza, enseña, reza y hace rezar. Vienen discípulos y, sin
quererlo, no hay más remedio que fundar el monasterio que con el tiempo llevará
su nombre.
Dicen que a ruegos de Avito, llegaron a soltar en Orleáns
a los presos de la cárcel. Y además hablan del ciego curado milagrosamente; y
el mismo Lubin, el obispo de Chartres, relata la resurrección de un monje. Y
con el rey Clodomiro, el hijo de Clodoveo y Clotilde, tiene palabras de paz
intercediendo por el preso rey de Borgoña, Segismundo y su familia.
Después de muerto, refieren de él muchos milagros y le
atribuyen bastantes victorias guerreras logradas por su intercesión.
Avito terminó sus días el 17 de junio del año 530.
Chateaudrum y Orleáns se distribuirán posteriormente sus preciosas reliquias.
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