Príncipe
Santo Tradicional, su nombre no
consta en el Martirologio Romano actual.
(Santarém, 29 de septiembre de 1402 - Fez, Marruecos, 5 de
junio de 1443).
Hijo de Juan I de Portugal, empleaba desde muy joven sus
rentas personales en el rescate de cautivos cristianos de las manos sarracenas.
Parte en 1434, con su hermano Enrique el Navegante a una
expedición contra Marruecos, entonces en manos de una dinastía de piratas.
¿Acaso sería una premonición sobre la situación actual? Nada nuevo hay bajo el
sol. Lo cierto es que la expedición fue un fracaso y la armada lusitana hubo de
rendirse y dejar a Fernando como garantía del pago de enormes cantidades de
dinero.
Las Cortes de Portugal, después de nueve años de
negociaciones, dejaron morir de disentería y en manos del enemigo a su
príncipe. Fernando vivió como esclavo, encadenado y obligado a los más sucios
trabajos. Soportó su desdicha con dignidad y puso su esperanza en Dios con
enorme entereza, sin renunciar a la fe ni a unos compatriotas tan olvidadizos
de su terrible suerte.
Las fuentes históricas musulmanas hablan de su vida
edificante u de la veneración que suscitaba en los más piadosos habitantes de
Fez. Fernando optó por la pobreza, castidad y obediencia, en radical fidelidad
a su propia conciencia. Su cadáver descuartizado se pudrió colgado en las
torres de las murallas.
Debiera ser patrono de los millones de esclavos que
todavía quedan en el mundo; o de los héroes olvidados por los suyos, o bien de
los que son víctimas de los vaivenes políticos. Cuando el sacerdote don Pedro
Calderón de la Barca llegó al cielo, le recibió Fernando agradecido por esa
maravilla de drama llamada El Príncipe constante.
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