22-06-2012 L’Osservatore Romano
Para ir más allá de la pobreza espiritual de un mundo que
ya no logra percibir la presencia de Dios: el Año de la fe —querido por
Benedicto XVI— y que durará desde el próximo 11 de octubre hasta el 24 de
noviembre de 2013, se dirige, por tanto, al hombre que tiene nostalgia de Dios.
El ritmo de este tiempo de gracia fue ilustrado ayer,
jueves 21 de junio, en la Oficina de información de la Santa Sede, por el
arzobispo Rino Fisichella, presidente del Consejo pontificio para la promoción
de la nueva evangelización. Ante todo, sus objetivos. El Año de la fe «pretende
sostener —explicó el prelado—la fe de tantos creyentes que en la fatiga
cotidiana no cesan de confiar con convicción y valor su propia existencia al
Señor». Aunque el testimonio de la fe no es noticia para los hombres, resaltó
el arzobispo, «es valioso a los ojos del Altísimo».
Ahora se trata de recuperar su sentido, perdido en un
mundo marcado por una crisis generalizada que ha afectado también a la fe
misma. Decenios de lo que monseñor Fisichella no dudó en definir «incursiones
de un laicismo que en nombre de la autonomía individual exigía la independencia
de toda autoridad revelada y tenía como programa “vivir en el mundo como si
Dios no existiese”». Esto ha generado una crisis antropológica «que ha dejado
al hombre abandonado a sí mismo», dejándolo «confuso, solo, a merced de fuerzas
cuyo rostro ni siquiera conoce, y sin una meta hacia la cual destinar su
existencia».
De aquí la necesidad de ir más allá. A través de un camino
significativamente representado por el logotipo que caracterizará a cada una de
las numerosas citas previstas. Es la clásica imagen de la Iglesia representada
por una barca navegando sobre olas apenas esbozadas gráficamente. El mástil es
una cruz que iza velas sobre las cuales unos signos dinámicos realizan el
trigrama de Cristo, IHS. Sobre el fondo de las velas un sol estilizado reúne el
trigrama ofreciendo la imagen simbólica de la Eucaristía.
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