Día litúrgico: Lunes X del tiempo ordinario
Santoral 11 de Junio: San Bernabé, apóstol
Texto del Evangelio (Mt 5,1-12): En aquel tiempo,
viendo la muchedumbre, subió al monte, se sentó, y sus discípulos se le
acercaron. Y tomando la palabra, les enseñaba diciendo: «Bienaventurados los
pobres de espíritu, porque de ellos es el Reino de los Cielos. Bienaventurados
los mansos, porque ellos poseerán en herencia la tierra. Bienaventurados los
que lloran, porque ellos serán consolados. Bienaventurados los que tienen
hambre y sed de la justicia, porque ellos serán saciados. Bienaventurados los
misericordiosos, porque ellos alcanzarán misericordia. Bienaventurados los
limpios de corazón, porque ellos verán a Dios. Bienaventurados los que trabajan
por la paz, porque ellos serán llamados hijos de Dios. Bienaventurados los
perseguidos por causa de la justicia, porque de ellos es el Reino de los
Cielos. Bienaventurados seréis cuando os injurien, y os persigan y digan con
mentira toda clase de mal contra vosotros por mi causa. Alegraos y regocijaos,
porque vuestra recompensa será grande en los cielos; pues de la misma manera
persiguieron a los profetas anteriores a vosotros».
Comentario: Rev. D. Àngel CALDAS i Bosch
(Salt, Girona, España).
«Bienaventurados los pobres de espíritu»
Hoy, con la proclamación de las Bienaventuranzas, Jesús
nos hace notar que a menudo somos unos desmemoriados y actuamos como los niños,
pues el juego nos hace perder el recuerdo. Jesús temía que la gran cantidad de
“buenas noticias” que nos ha comunicado —es decir, de palabras, gestos y
silencios— se diluyera en nuestros pecados y preocupaciones. ¿Recordáis, en la
parábola del sembrador, la imagen del grano de trigo ahogado en las espinas?
Por eso san Mateo engarza las Bienaventuranzas como unos principios
fundamentales, para que no las olvidemos nunca. Son un compendio de la Nueva
Ley presentada por Jesús, como unos puntos básicos que nos ayudan a vivir
cristianamente.
Las Bienaventuranzas están destinadas a todo el mundo. El
Maestro no sólo enseña a los discípulos que le rodean, ni excluye a ninguna
clase de personas, sino que presenta un mensaje universal. Ahora bien,
puntualiza las disposiciones que debemos tener y la conducta moral que nos
pide. Aunque la salvación definitiva no se da en este mundo, sino en el otro,
mientras vivimos en la tierra debemos cambiar de mentalidad y transformar
nuestra valoración de las cosas. Debemos acostumbrarnos a ver el rostro del
Cristo que llora en los que lloran, en los que quieren vivir desprendidos de
palabra y de hechos, en los mansos de corazón, en los que fomentan las ansias
de santidad, en los que han tomado una “determinada determinación”, como decía
santa Teresa de Jesús, para ser sembradores de paz y alegría.
Las Bienaventuranzas son el perfume del Señor participando
en la historia humana. También en la tuya y en la mía. Los dos últimos
versículos incorporan la presencia de la Cruz, ya que invitan a la alegría
cuando las cosas se ponen feas humanamente hablando por causa de Jesús y del
Evangelio. Y es que, cuando la coherencia de la vida cristiana sea firme,
entonces, fácilmente vendrá la persecución de mil maneras distintas, entre
dificultades y contrariedades inesperadas. El texto de san Mateo es rotundo:
entonces «alegraos y regocijaos, porque vuestra recompensa será grande en los
cielos» (Mt 5,12).
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