Sábado 9 de junio de 2012
Queridos hermanos en el episcopado:
Os doy una cordial bienvenida fraterna con ocasión de
vuestra visita ad limina Apostolorum y agradezco al arzobispo John
Ribat las amables palabras que me ha dirigido en nombre de toda la Conferencia
episcopal de Papúa Nueva Guinea y las Islas Salomón. Este encuentro es una
oportunidad privilegiada para expresar nuestra comunión en la única Iglesia de
Cristo. A través de vosotros envío un cordial saludo a los sacerdotes, a los
religiosos, a las religiosas y a todos los fieles encomendados a vuestra
solicitud pastoral. Aseguradles mis oraciones para que sigan creciendo en la
fe, en la esperanza y en la caridad.
Deseo elogiar vuestros esfuerzos para «apacentar el rebaño
de Dios que tenéis a vuestro cargo» (1 P 5, 2). La atención que prestáis a
quienes han sido encomendados a vuestra solicitud pastoral es especialmente
digna de relieve por el modo como proveéis a las necesidades elementales de los
pobres, de los marginados y de los enfermos —en particular de los afectados por
el sida/vih— a través del trabajo de vuestras organizaciones diocesanas. Otra
parte importante de vuestro ministerio pastoral la ejercéis cuando habláis
públicamente como voz moral objetiva en nombre de los necesitados. Cuando la
Iglesia manifiesta su preocupación en el ámbito público, lo hace legítimamente
y con el fin de contribuir al bien común, no proponiendo soluciones políticas
concretas, sino más bien ayudando a «purificar e iluminar la aplicación de la
razón al descubrimiento de principios morales objetivos» (Discurso
en el Westminster Hall de Londres, 17 de septiembre de 2010: L’Osservatore
Romano, edición en lengua española, 26 de septiembre de 2010, pp. 3-4). Estos
principios son accesibles a todos a través de la recta razón y son necesarios
para el justo ordenamiento de la sociedad civil. Teniendo esto en cuenta, os
aliento a seguir dialogando y colaborando con las autoridades civiles, para que
la Iglesia pueda ser libre de hablar y proporcionar servicios para el bien
común de modo plenamente conforme con los valores evangélicos.
Por vuestras relaciones sé que estáis poniendo en marcha
diversas iniciativas pastorales que tienen como elemento común la
evangelización de la cultura. Esto es muy importante, pues sólo «a través de la
cultura» la persona humana puede «acceder a la verdadera y plena humanidad» (Gaudium
et spes, 53). También observamos el papel fundamental de la cultura en la
historia de la salvación, pues el Dios uno y trino se reveló gradualmente a lo
largo del tiempo, culminando en el envío de su Hijo unigénito, que nació en una
cultura particular. Por otra parte, aun reconociendo las respectivas
contribuciones de cada cultura y a veces aprovechando sus recursos al cumplir
su misión, la Iglesia ha sido enviada a predicar el Evangelio a todas las
naciones, trascendiendo los confines construidos por el hombre. En la obra de
evangelización, por consiguiente, queridos hermanos en el episcopado, seguid
aplicando las verdades eternas del Evangelio a las costumbres de las personas a
las que servís, con el fin de construir sobre los elementos positivos ya
presentes y purificar otros cuando sea necesario. De este modo desempeñáis
vuestro papel en la misión de la Iglesia de llevar a personas de toda nación,
raza y lengua a Jesucristo el Salvador, en el que encontramos reveladas la
plenitud y la verdad de la humanidad (cf. ib.).
Hablando de este aspecto de la evangelización, la familia
desempeña un papel clave, pues es la unidad básica de la sociedad humana y el
primer lugar donde se asimilan la fe y la cultura. Aunque la sociedad haya
reconocido el papel importante de la familia a lo largo de la historia,
actualmente es necesario prestar atención especial a los bienes religiosos,
sociales y morales de la fidelidad, la igualdad y el respeto recíproco que
deben existir entre marido y mujer. La Iglesia proclama incansablemente que la
familia está basada en la institución natural del matrimonio entre un hombre y
una mujer y, en el caso de los cristianos bautizados, es un contrato que fue
elevado por Cristo al nivel sobrenatural de sacramento, por el cual marido y
mujer participan en el amor de Dios llegando a ser una sola carne, prometiendo
amarse y respetarse recíprocamente, permaneciendo abiertos al don de Dios de
los hijos. A este propósito, elogio vuestros esfuerzos por dar prioridad
pastoral a la evangelización del matrimonio y de la familia de acuerdo con la
doctrina moral católica. Mientras proseguís las celebraciones por el centenario
del nacimiento del beato Pedro To Rot, que derramó su sangre por la defensa de
la santidad del matrimonio, invito a todos los matrimonios a mirar su ejemplo
de valentía y a ayudar así a otros a ver la familia como un don de Dios y como
ámbito privilegiado en el que los niños pueden «nacer con dignidad, crecer y
desarrollarse de un modo integral» (Homilía
durante la misa de clausura del V Encuentro mundial de las familias,
9 de julio de 2006: L’Osservatore Romano, edición en lengua española, 14 de
julio de 2006, p. 13).
La obra de evangelización implica a todos los miembros de
la Iglesia de Cristo. Recordando que los obispos, como los Apóstoles, «han sido
enviados a sus diócesis como primeros testigos del Resucitado» (Ecclesia
in Oceania, 19), realizad todos los esfuerzos necesarios para ofrecer
programas adecuados de formación y de catequesis para los sacerdotes, para los
religiosos y las religiosas, y para los fieles laicos, a fin de que sean
testigos fuertes y gozosos de la fe que profesan como miembros de la Iglesia
católica. Un laicado adecuadamente catequizado, y sacerdotes y religiosos bien
formados, «como un hombre prudente que edificó su casa sobre roca» (Mt 7,
24), podrán resistir a las tentaciones del mundo secular y serán bastante
prudentes como para no dejarse engañar por los intentos de convertirlos a
versiones excesivamente simplistas del cristianismo, a menudo basadas sólo en
falsas promesas de prosperidad material. Reconociendo la importancia de
desarrollar y mantener programas formales, os aliento a recordar que un
elemento clave para programas eficaces de formación y de catequesis es el
ejemplo de testigos santos que, «obedientes en todo a la voluntad del Padre, se
entreguen totalmente a la gloria de Dios y al servicio del prójimo» (cf. Lumen
gentium, 40). Estos testigos, y las personas a las que enseñan, con vuestra
guía y vuestro apoyo, ayudarán a asegurar que la Iglesia en vuestros países
siga siendo un instrumento eficaz de evangelización, atrayendo a quienes
todavía no conocen a Cristo e inspirando a quienes se han vuelto tibios en su
fe.
Por último, queridos hermanos en el episcopado, albergo la
esperanza de que vuestra visita al Sucesor de Pedro y a las tumbas de los
Apóstoles os afiance en vuestra decisión de ser protagonistas de la nueva
evangelización, especialmente durante el inminente Año de la fe. También pido a
Dios que vuestros esfuerzos den fruto, para que el reino de Dios siga creciendo
en la porción de la viña del Señor encomendada a vuestra solicitud pastoral.
Encomendándoos a la intercesión de María, Madre de la Iglesia, y asegurándoos
mi afecto y mis oraciones por vosotros y por vuestros fieles, os imparto de
buen grado mi bendición apostólica.
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